"Los templarios se visten con lo que les dan y no buscan comida ni vestido por otros medios" decía la Regla. Pero pronto los Caballeros Templarios empezaron a recibir ricas donaciones de familias nobles por sus méritos en la defensa de Jerusalén y del Santo Sepulcro.
Los servicios que prestaron a los reyes de Jerusalén y de la Península Ibérica fueron especialmente militares. Los Templarios necesitaban reunir efectivo en Occidente para enviarlo a Tierra Santa, una actividad económica que los convirtió en expertos en la materia.
Los templarios consiguieron grandes exenciones fiscales del Papado y fueron eximidos de casi todos los impuestos entre 1130 y 1150. Gracias a estos incentivos los Templarios levantaron encomiendas y hispitales de peregrinos en toda Europa. En 1200, el Temple era la orden de caballería monástica más rica de Occidente.
Las fuertes sumas de dinero que prestaron a diversas cortes europeas, en especial al manirroto rey de Francia Felipe IV el Hermoso, fueron el origen de su dramática desaparición. El monarca temía el poder que había adquirido la orden y temía el momento en que los ecónomos de la misma reclamaran las deudas contraídas. Con la cobarde pasividad del Papa Clemente V los agentes de la Corna francesa empezaron a hacer correr entre la población mentiras en las que los Templarios escupían sobre la Cruz, adoraban una cabeza demoníaca llamada Baphomet y practicaban la homosexualidad.
En 1307 más de 100 caballeros fueron detenidos en París y torturados. En 1311 el Concilio de Vienne acordó la disolución de la Orden del Temple, cuyos bienes fueron expoliados por los otros reinos europeos. En 18 de mayo de 1314, su último Gran Maestre, Jacques de Molay, y una treintena de caballeros de la Orden, fueron quemados en la hoguera.
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