[Escena 1: Sala de juicio en un oscuro y austero tribunal. El juez está sentado en su estrado, el frenólogo a su lado. Manuel Blanco Romasanta está encadenado frente a ellos, con la mirada fija en el suelo.]
JUEZ:
Manuel Blanco Romasanta, has sido acusado de los más atroces crímenes: asesinar, destazar y comerciar con las ropas y la grasa de tus víctimas. Y ahora vienes con el cuento de que eres un licántropo... ¡Explícate!
ROMASANTA:
(Levanta la cabeza lentamente, con voz temblorosa pero intensa.)
No es un cuento, señoría. Es una maldición. Una fada, enviada por mi propio padre, me convirtió a mí y a tres más en bestias. Lobos que desgarran la carne y huelen la sangre a kilómetros...
FRENÓLOGO:
(Se inclina emocionado hacia el juez, casi saltando de su silla.)
¡Señoría, escuche! Esto encaja perfectamente con lo que he estudiado. Mire la forma del cráneo de este hombre. ¡La prominencia de su lóbulo frontal! Es evidente que posee características que indican una predisposición a la transformación animal.
JUEZ:
(Frunce el ceño y golpea el estrado con el mazo.)
¡Cállese, doctor! No hemos venido aquí a discutir fantasías de anatomía craneal. Romasanta, dime, si eres un lobo, ¿por qué no te has transformado aquí para mostrarnos tu verdad?
ROMASANTA:
(Suspira y baja la mirada, en tono melancólico.)
No puedo hacerlo a voluntad. La luna debe estar llena, y hoy, como puede ver, la luna no reina en el cielo.
JUEZ:
(Palmea el estrado, indignado.)
¡Qué conveniente! ¿No será más bien que has oído demasiadas leyendas sobre lobos y espíritus, o que has comido pan envenenado con cornezuelo de centeno y ahora desvarías como un loco?
FRENÓLOGO:
(Pone una mano en el brazo del juez, suplicante.)
Señoría, no desestime sus palabras. Muchos documentos antiguos relatan transformaciones como esta. Tal vez sea un caso único de licantropía genuina. ¡La ciencia no puede dar la espalda!
JUEZ:
(Lo mira con desdén.)
La ciencia tampoco puede aceptar cuentos de hadas, doctor.
ROMASANTA:
(De repente, con una sonrisa retorcida.)
¿Cuentos de hadas, dice usted? Entonces explíqueme, señor juez, cómo es que yo conocía los secretos de las almas de mis víctimas. ¿Cómo conseguí atraerlas al bosque, donde nunca nadie las encontró?
JUEZ:
(Su tono se endurece.)
A través del miedo, la manipulación y tu astucia de buhonero, eso es cómo.
[El juez se levanta con aire solemne.]
JUEZ:
Manuel Blanco Romasanta, has confesado tus crímenes, y las pruebas hablan por sí mismas: las ropas de tus víctimas, el comercio de ungüentos hechos de grasa humana en las aldeas de Orense... No puedo condenarte por licantropía, pero sí como asesino y ladrón. Tu sentencia es prisión hasta el fin de tus días.
ROMASANTA:
(Se pone de pie, desafiando al juez con la mirada.)
¿Y qué haréis cuando os enteréis de que la maldición no murió conmigo?
[El juez ignora sus palabras y golpea el mazo.]
JUEZ:
¡Guardias, lleváoslo!
[Dos guardias arrastran a Romasanta mientras ríe de forma inquietante. El frenólogo se queda pensativo, mirando al juez.]
FRENÓLOGO:
Señoría, temo que hemos ignorado algo crucial.
JUEZ:
(Con voz firme.)
No, doctor. Hemos hecho lo necesario. Si es un lobo, que lo sea en prisión.
[La escena se cierra con la puerta del tribunal que se cierra de golpe, y los ecos de la risa de Romasanta resonando en la sala vacía.]
FIN
Para ver.
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