jueves, 17 de julio de 2025

MEIN KAMPF, el libro que provocó 60 millones de muertos.

 


Pocas veces un libro ha tenido unas consecuencias tan nefastas como Mein Kampf, el panfleto ideológico que Adolf Hitler escribió durante su estancia en la cárcel de Landsberg en 1924. Tras el fracaso del golpe de Estado que intentó en Múnich —el famoso “Putsch de la cervecería”—, Hitler fue condenado a prisión, aunque el encierro no fue precisamente duro: tenía visitas, escribía cómodamente, y le dejaron tiempo de sobra para sentarse a poner por escrito todo su delirio ideológico. En realidad, no lo escribió a mano, sino que se lo dictó a Rudolf Hess, uno de sus fieles. El resultado fue un texto largo, desordenado, obsesivo, y con un tono claramente propagandístico. No era un plan detallado de gobierno, sino más bien una mezcla entre autobiografía política y manifiesto racial.

Lo que está claro es que Hitler no inventó la mayoría de las ideas que aparecen en el libro. Se nutrió de muchas fuentes que ya circulaban en la Alemania de la época: un nacionalismo radical que soñaba con una Alemania unificada y poderosa; un antisemitismo que ya venía de largo y que él llevó al extremo; y una visión del mundo basada en teorías pseudocientíficas sobre razas superiores e inferiores. También bebe del socialdarwinismo, esa idea de que en la naturaleza sobrevive el más fuerte, y que Hitler aplica directamente a los pueblos y naciones: según él, los débiles deben ser eliminados o dominados, sin remordimientos.

Uno de los conceptos clave en Mein Kampf es el del “espacio vital” (Lebensraum en alemán), que básicamente consiste en que Alemania necesita más territorio para expandirse, crecer y alimentar a su población. ¿Dónde conseguir ese espacio? Pues hacia el este, conquistando tierras en Polonia, Ucrania o Rusia. Pero no se trataba solo de conquistar territorios: Hitler hablaba directamente de desplazar o eliminar a los pueblos que vivían allí, sobre todo eslavos y, por supuesto, judíos. Lo planteaba como una necesidad biológica: o ellos o nosotros.

El antisemitismo es, sin duda, el corazón del libro. Hitler no se limita a ver a los judíos como un grupo religioso o cultural distinto, sino que los considera una especie de “enemigo interno”, una raza maliciosa que, según él, está detrás de todos los males de Alemania: el comunismo, el capitalismo financiero, la decadencia cultural… todo lo que no le gustaba. Lo presenta como una lucha entre razas, donde el pueblo alemán solo podrá sobrevivir si elimina a los judíos. Así de brutal.

También hay en el libro una defensa abierta de la eugenesia, es decir, de la idea de mejorar la raza alemana controlando quién puede o no tener hijos. Hitler propone esterilizar a los enfermos mentales, a los “no aptos”, y evitar cualquier mezcla con razas “inferiores”. Según su lógica, el Estado no solo puede, sino que debe intervenir en la biología del pueblo para proteger su pureza. Ideas que, años después, se convertirían en leyes y acabarían alimentando programas como el de eutanasia forzosa o los experimentos médicos inhumanos del régimen nazi.

Tras la Segunda Guerra Mundial y la muerte de Hitler, el Estado de Baviera heredó los derechos de autor del libro, lo que sirvió durante décadas para impedir su reimpresión. Durante 70 años, la obra estuvo legalmente protegida y no se podía reeditar de forma libre, sobre todo para evitar que sirviera como instrumento de propaganda para grupos neonazis. Sin embargo, esos derechos expiraron en 2015, al cumplirse los 70 años desde la muerte del autor, como marca la ley de propiedad intelectual.

A partir de 2016, se permitió su publicación en Alemania, pero con matices: solo se aceptan ediciones comentadas y críticas, como la que sacó el Instituto de Historia Contemporánea de Múnich, que incluye miles de anotaciones para desmontar y contextualizar cada parte del texto. Tener una copia en Alemania no es ilegal, pero distribuir o vender una versión sin comentarios puede estar penado si se considera que incita al odio o al racismo. En Austria, las leyes son incluso más estrictas: cualquier forma de apología del nazismo está prohibida, y poseer una edición no comentada podría considerarse delito.

En resumen, Mein Kampf es un texto que no se puede entender sin tener en cuenta el contexto histórico y social de la Alemania de entreguerras, pero tampoco se puede banalizar. No es solo un panfleto lleno de odio y prejuicios, sino el embrión de muchas de las políticas que el régimen nazi llevaría a la práctica con consecuencias catastróficas. Hoy en día, su lectura solo tiene sentido si se hace con espíritu crítico, como documento histórico, y nunca como fuente de ideas. Porque, aunque fue escrito hace un siglo, Mein Kampf nos recuerda lo peligrosas que pueden ser las palabras cuando las respalda el poder.

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