El 20 de octubre de 1805 Cosme Damián Churruca escribía unas letras a su hermano: "Si sabes que mo navío ha sido apresado, di que he muerto". Al día siguiente zarpó en busca de la flota británica, la apisonadora de Nelson, al mando del San Juan Nepomuceno. Una bala de cañón le destrozaría una pierna, ya comenzado el combate, pero sin perder la calma exigió que subieran al alcázar de popa un barril de harina, se agarró a un flechaste del buque de línea de 74 cañones, y siguió dirigiendo el combate. Hasta que la muerte se cansó de él y se lo llevó de allí.
El San Juan Nepomuceno hizo frente al asalto de los cañones de seis enemigos distintos a la vez. Como última voluntad, antes de desangrarse, Churruca mandó clavar las enseñas y banderas a los mástiles. "No nos rendiremos". Y los artilleros y el personal de cubierta lo aceptaron con fría naturalidad.
Reverte ha escogido este barco como una de las maquetas de la muestra "HOMBRES DE MAR, BARCOS DE LEYENDA", como un homenaje a los valientes que han existido. O que jamás lo han hecho, pero su leyenda es tan vital que ya forma parte de nosotros.
Del siglo XVI son las maquetas de las galeras Marquesa - en cuya cubierta se batió un desafortunado Cervantes - y la Nao Victoria. En la Victoria navegaron y dieron la primera vuelta al mundo Magallanes, Elcano y Urdaneta, allá por 1522. Los 19 supervivientes de una flota de 5 barcos fueron olvidados y ni siquiera se les pagó las primas prometados por Carlos V.
En la exposición se ve el tricornio del uniforma de faena de Gravina, otro de los héroes trágicos de la batalla de Trafalgar, una máqueta del submarino de Isaac Peral, la levita del uniforme de Méndez Núñez, otro marino trágico que no pudo con la Armana norteamericana del almirante Sampson en las aguas de La Habana..
Entre los barcos de ficción hay una maqueta de la nave pirata Hispaniola, donde el cocinero Long John Silver cantaba aquello de "Quince hombres sobre el cofre del muerto", el "Nautilus", la nave sumergible del misterioso capitán Nemo y el Pequod, la vave ballenera donde el capitán Ahab, con su pata de marfil de ballena y su levita negra, se autodestruye tratando de matar a una ballena blanca, malvada como la inexorabilidad de los imposibles y del destino.
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