La revuelta de María Castaña tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XIV, concretamente en 1386, en Lugo, Galicia. En este periodo, el descontento social estaba en auge debido a las elevadas cargas fiscales impuestas por la Iglesia y el poder feudal. María Castaña, una mujer de fuerte carácter y con una destacada posición entre los habitantes de la zona, lideró un levantamiento popular contra Pedro López de Aguiar, el entonces obispo de Lugo, quien representaba el poder eclesiástico opresor.
La chispa del conflicto se encendió cuando las autoridades del obispo enviaron a un alguacil real para imponer las exigencias fiscales y reprimir el creciente malestar. Durante los enfrentamientos, este alguacil fue asesinado, lo que marcó un punto de no retorno en la revuelta. María Castaña, junto con su esposo y sus hijos, se convirtió en el centro de la insurrección, siendo identificada como la cabecilla de las acciones contra el obispo.
Tras el levantamiento, las autoridades eclesiásticas y civiles actuaron rápidamente para sofocar la rebelión y castigar a los responsables. María Castaña y su familia fueron acusados formalmente del asesinato del alguacil y de otros actos de insubordinación. Sin embargo, lograron evitar la ejecución gracias a una negociación directa con el obispo y sus representantes. Este acuerdo implicó que María Castaña y los suyos entregaran tierras y bienes significativos como compensación por el daño causado, lo que resultó en la retirada de los cargos más graves.
El episodio no representó un cambio radical en las estructuras de poder ni alivió sustancialmente las condiciones de la población, pero María Castaña quedó en la memoria colectiva como símbolo de resistencia frente a las injusticias. Su historia ha trascendido como una muestra de la lucha de los oprimidos contra los abusos de poder en la Galicia medieval.
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