No, tener una condición mental como el Síndrome de Asperger no es un castigo divino. No lo es. No importa cuánto te lo hayan hecho sentir, ni cuánto te preguntes qué hiciste mal: no hiciste nada mal. No has cometido ninguna falta que merezca condena alguna. Lo que estás atravesando no es una consecuencia de una acción incorrecta, ni una deuda con Dios o con la vida. Es una forma distinta de estar en el mundo, de percibirlo, de procesarlo, de sentirlo y de responder a él. Y sí, a veces esa forma distinta puede doler, sobre todo cuando el entorno no la comprende o no la acompaña con amor.
El Síndrome de Asperger, hoy integrado dentro del Trastorno del Espectro Autista en su nivel más funcional, no es una enfermedad ni una maldición. Es una condición del neurodesarrollo. No es una elección, ni una consecuencia de actos pasados, ni un defecto del alma. Es simplemente una forma de nacer. Las personas con esta condición suelen tener dificultades para interpretar las normas sociales implícitas, como las miradas, los dobles sentidos, las bromas o las señales emocionales sutiles. No porque no quieran conectar, sino porque su cableado interno no está hecho para leer entrelíneas. Y por eso, muchas veces, se sienten incomprendidas, fuera de lugar, incluso rechazadas, cuando lo único que desean es ser aceptadas tal como son.
A menudo tienen intereses muy intensos, obsesivos incluso, que los llevan a desarrollar una pasión profunda por ciertos temas. Tienen una lógica muy fuerte, un pensamiento concreto, una tendencia a la rutina, a lo previsible, a lo seguro. Cuando algo se sale de ese marco, pueden sentirse desbordados, y eso puede generar reacciones explosivas que no son violencia, sino colapsos emocionales. No es que no tengan emociones, es que las viven de una forma tan intensa y a veces tan confusa, que no encuentran las palabras o los gestos para canalizarlas. Y claro, cuando el entorno los presiona a encajar, sin comprender su ritmo, su sensibilidad o su forma de procesar, lo único que consiguen es asfixiarlos más.
Lo verdaderamente doloroso no es tener Asperger. Lo que duele es sentirse fuera del mundo, que nadie se tome el tiempo de entenderte, que te miren como si estuvieras fallado. El castigo no viene de Dios, sino del desconocimiento, de la crueldad involuntaria de una sociedad que solo aplaude lo que le resulta cómodo. Si hay algo divino en todo esto, no es el dolor, sino tu existencia. Porque si Dios existe, no se equivoca al crear. Y si tú naciste así, es porque formas parte de una diversidad más grande, más amplia, más rica que los modelos rígidos que nos han hecho creer que son los únicos válidos.
Y si alguna vez pensaste que habías hecho algo imperdonable, que merecías esta carga, que esta forma de ser era una especie de penitencia, permíteme decirte algo: tú no eres el error. Tú eres la consecuencia de lo que nadie supo comprender, pero también la semilla de algo que puede florecer si se le da el suelo adecuado. No estás solo, no estás rota, no estás mal hecha. Eres distinta. Y en ese ser distinto hay una verdad, una belleza y una profundidad que merece ser descubierta, no castigada.
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