Enric Marco: el impostor que se inventó una vida heroica
Enric Marco fue durante años uno de los rostros más visibles en España del recuerdo de los deportados a los campos nazis. Presidía la Amical de Mauthausen, participaba en actos institucionales conmemorativos y daba charlas en colegios e instituciones donde conmovía a su audiencia relatando, con lujo de detalles, las atrocidades vividas durante su supuesto internamiento en el campo de concentración de Flossenbürg durante la Segunda Guerra Mundial. Su discurso era potente, su lenguaje cercano, y transmitía una verdad que parecía incuestionable: la de un español víctima del nazismo y del franquismo, superviviente de una de las etapas más oscuras del siglo XX. Sin embargo, todo era mentira.
La farsa se desmoronó en 2005, cuando el historiador Benito Bermejo desveló que Marco nunca había estado internado en ningún campo de concentración. En realidad, había viajado a Alemania como trabajador voluntario en 1941, dentro del programa de colaboración entre el régimen franquista y la Alemania nazi, que enviaba mano de obra española a cambio de favores políticos. Es decir, no solo no fue deportado, sino que formaba parte, aunque fuera en un papel menor, de la maquinaria de colaboración franquista con el Tercer Reich.
A partir de ahí, salieron a la luz otras muchas falsedades. Marco había dicho también que, siendo muy joven, había combatido en la batalla del Ebro durante la Guerra Civil Española, enrolado en las filas anarquistas. Si bien tenía la edad adecuada para haber participado (tenía 17 años en 1938), no hay constancia documental ni testimonios sólidos que corroboren su presencia en el frente. Es más, muchas de sus afirmaciones sobre sus vínculos con figuras anarquistas relevantes parecen haber sido construidas sobre anécdotas infladas o directamente inventadas. Aunque sí tuvo relación con la CNT en la década de 1970 —incluso llegó a ser secretario general de la organización en Cataluña tras la dictadura—, su trayectoria parece más marcada por el oportunismo que por la coherencia ideológica.
Las consecuencias institucionales de sus mentiras fueron inmediatas: fue expulsado de la Amical de Mauthausen, desautorizado públicamente por las autoridades y perdió toda credibilidad como portavoz de la memoria histórica. Sin embargo, a nivel penal, no se tomaron medidas contra él. En parte, porque no existía una tipificación legal clara que permitiera acusarle de un delito concreto, y en parte, quizás, porque su impostura había sido, sobre todo, simbólica. No obtuvo grandes beneficios económicos, aunque sí disfrutó de reconocimiento, prestigio y una notoriedad pública que le convirtió en referente durante años.
El caso de Enric Marco inspiró más adelante una reflexión cultural sobre la construcción de la memoria y el deseo de reconocimiento. En 2024, el director Jon Garaño —conocido por trabajos como Handia y La trinchera infinita— estrenó la película Marco, una ficción libremente basada en su historia. La película no es una biografía fiel, sino una exploración más introspectiva de las motivaciones personales de alguien que se inventa una vida heroica. El protagonista comparte con Marco su impostura central —la mentira sobre haber sido víctima del nazismo—, pero Garaño va más allá del hecho histórico y se adentra en la psicología del personaje: en su necesidad de afecto, de pertenencia, de ser alguien frente al anonimato y la mediocridad.
Marco no busca juzgar, sino comprender. ¿Qué lleva a alguien a construir una mentira tan elaborada? ¿Por qué la sociedad necesita creer en estos relatos heroicos? ¿Qué vacíos personales, pero también colectivos, se llenan con estas ficciones? En ese sentido, la película se distancia del enfoque puramente histórico y propone una meditación más profunda sobre la identidad, la memoria y la fragilidad de la verdad en una sociedad ávida de relatos emocionantes.
El caso de Enric Marco sigue siendo, casi dos décadas después, un escándalo que incomoda. No solo por la dimensión de la mentira, sino porque expone con crudeza nuestras propias carencias colectivas: la necesidad de héroes, la escasa cultura de verificación histórica y el riesgo de banalizar el sufrimiento real de miles de víctimas auténticas. Su historia es, al fin y al cabo, un espejo incómodo: uno en el que se refleja no solo el impostor, sino también quienes quisimos creerle.
Para ver:
https://www.youtube.com/watch?v=bhYXrXO0aPk
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