Douglas MacArthur (1880–1964) fue uno de los militares más influyentes y controvertidos del siglo XX en Estados Unidos. Nacido en una familia con una larga tradición castrense —su padre, Arthur MacArthur Jr., fue un héroe de la Guerra Civil y gobernador militar de Filipinas—, Douglas creció entre bases militares y una educación que lo orientó desde temprano hacia el servicio armado. Se graduó con honores en West Point en 1903 y, tras una carrera ascendente en la Primera Guerra Mundial, donde destacó por su audacia y capacidad de liderazgo, se convirtió en una figura prominente del ejército estadounidense.
Su relación con Filipinas marcó gran parte de su trayectoria. Tras la guerra hispano-estadounidense, Estados Unidos había asumido el control de este archipiélago, y MacArthur desarrolló allí un vínculo personal y estratégico. En los años treinta fue nombrado jefe del Estado Mayor del Ejército y más tarde designado asesor militar del gobierno filipino, ayudando a organizar las fuerzas armadas del país en preparación para su independencia programada. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y Japón invadió Filipinas en 1941, MacArthur estaba al mando de las fuerzas estadounidenses y filipinas. Pese a su resistencia inicial, las tropas aliadas se vieron obligadas a replegarse. Bajo órdenes directas de Washington, MacArthur abandonó Corregidor en 1942 para reorganizar la defensa desde Australia, pronunciando su célebre promesa: “I shall return” (“Volveré”). Cumplió su palabra en 1944 cuando, al mando del avance aliado en el Pacífico, lideró el desembarco en Leyte y la posterior liberación del archipiélago, consolidando su imagen como héroe.
Tras la rendición de Japón en 1945, MacArthur fue nombrado Comandante Supremo de las Potencias Aliadas y asumió la administración de la ocupación. Su gestión en Japón fue decisiva: supervisó la redacción de una nueva constitución que transformó al país en una democracia parlamentaria, implementó reformas agrarias, impulsó derechos de las mujeres e introdujo cambios económicos que sentaron las bases de la recuperación japonesa. Su estilo autoritario y paternalista, junto con su carisma, le granjearon un enorme respeto en Japón, donde fue visto casi como una figura paternal, pero también despertaron recelos en Washington por el amplio poder que acumuló.
En 1950, al estallar la Guerra de Corea con la invasión norcoreana al sur, MacArthur fue nombrado comandante de las fuerzas de la ONU. Al principio, la guerra parecía perdida para Corea del Sur y sus aliados, pero MacArthur planeó y ejecutó el arriesgado desembarco en Incheon, que cambió el curso del conflicto y forzó la retirada norcoreana. Sin embargo, al avanzar las tropas aliadas hacia el norte y acercarse a la frontera con China, Pekín intervino masivamente. MacArthur, convencido de que la guerra debía ampliarse para derrotar al comunismo, abogó por ataques directos a territorio chino e incluso insinuó el uso de armas nucleares. Estas posiciones lo pusieron en abierta confrontación con el presidente Harry S. Truman, quien temía una escalada hacia una guerra mundial.
La tensión entre ambos alcanzó su punto máximo en 1951, cuando MacArthur, en desafío a las órdenes de la Casa Blanca, envió comunicados públicos criticando la política de contención de Truman y buscando apoyo político para sus propias estrategias. Esta desobediencia flagrante llevó a Truman a destituirlo, una decisión sumamente polémica que desató protestas y debates en Estados Unidos. Aunque regresó al país como un héroe para muchos y fue recibido con desfiles y homenajes, su carrera militar efectiva terminó allí. MacArthur testificó ante el Congreso defendiendo sus decisiones, pero nunca volvió a ocupar un cargo de mando.
El antagonismo entre Truman y MacArthur simbolizó el choque entre el control civil del poder militar y la tentación de un mando militar independiente en tiempos de crisis. MacArthur, admirado por su visión estratégica y su audacia, también fue criticado por su ego, su tendencia al protagonismo y su inclinación a desafiar la autoridad política. Tras su destitución, vivió retirado, escribió sus memorias y fue consultor ocasional, aunque su influencia política se desvaneció. Murió en 1964 en Nueva York. Su legado permanece como el de un comandante brillante y carismático, artífice de momentos decisivos en Filipinas, Japón y Corea, pero también como una figura polémica cuyo enfrentamiento con Truman redefinió los límites entre el mando militar y el poder civil en los Estados Unidos.
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