sábado, 6 de diciembre de 2025

El Proyecto MK Ultra. La CIA contra los ciudadanos de a pie estadounidenses.

 


Durante la Guerra Fría, el gobierno de Estados Unidos, a través de la CIA, emprendió una serie de programas encubiertos destinados a explorar métodos de control mental, interrogatorios coercitivos y manipulación psicológica. El más conocido de esos programas fue MK-Ultra, un proyecto que hoy es símbolo del exceso, la falta de control y la opacidad institucional.

El origen de MK-Ultra se remonta al clima de pánico estratégico de los años cincuenta. Tras la Guerra de Corea, en Washington surgió el temor —en parte real, en parte exagerado— de que la Unión Soviética, China y Corea del Norte hubiesen desarrollado técnicas avanzadas de “lavado de cerebro” capaces de controlar la voluntad humana. Testimonios de prisioneros de guerra estadounidenses que regresaban a casa con conductas alteradas o confesiones forzadas alimentaron la idea de que Estados Unidos debía investigar métodos similares, tanto para defenderse como para utilizarlos en interrogatorios. Esta lógica, unida a la competencia feroz entre agencias de inteligencia y al secretismo casi absoluto, permitió que MK-Ultra se iniciara en 1953 bajo la dirección de Sidney Gottlieb, un químico con acceso casi ilimitado a recursos y sin supervisión democratizada.

Dentro del programa, la CIA experimentó con sustancias psicodélicas como LSD, mescalina y psilocibina, además de técnicas de privación sensorial, hipnosis, manipulación psicológica y, en algunos casos, métodos coercitivos y abusivos. Parte de los experimentos se llevó a cabo sin el consentimiento informado de los sujetos —algo que hoy se considera una violación gravísima de la ética médica—. Algunos participantes eran voluntarios reclutados con engaños, otros eran prisioneros, pacientes de hospitales psiquiátricos o ciudadanos comunes que nunca supieron que estaban siendo manipulados. También existieron colaboraciones con instituciones académicas, centros médicos y organizaciones privadas que, en muchos casos, desconocían el verdadero origen del financiamiento.

El uso de descargas eléctricas, privación sensorial, combinaciones de drogas y técnicas de interrogatorio agresivas formó parte de ciertos subproyectos dentro del paraguas de MK-Ultra, aunque la documentación restante es incompleta porque la mayoría de los archivos fue destruida en 1973 por orden del entonces director de la CIA, Richard Helms. Esa destrucción de documentos dificultó reconstruir con precisión el alcance total del programa.

El escándalo estalló en 1975, durante las investigaciones del Comité Church del Senado y la Comisión Rockefeller, creados para esclarecer abusos cometidos por inteligencia interna. Fue entonces cuando el público estadounidense descubrió que su propio gobierno había experimentado con sustancias psicoactivas y técnicas coercitivas sobre ciudadanos sin su consentimiento. El impacto fue enorme. Más que un costo económico puntual, lo que sufrió Estados Unidos fue un daño profundo a la confianza pública, una crisis de legitimidad institucional y una serie de demandas legales de víctimas o familiares, algunas de las cuales resultaron en indemnizaciones. Uno de los casos más notorios fue el de Frank Olson, un científico del Ejército que murió tras caer por una ventana en 1953, después de haber sido dosificado con LSD sin su conocimiento durante un experimento; su familia recibió una compensación años después, junto con una disculpa formal del gobierno.

El proyecto MK-Ultra no fue disuelto de manera repentina por presión pública —puesto que su existencia aún era secreta— sino que fue cerrado internamente en 1973, cuando Helms ordenó terminarlo y destruir la mayor parte de los registros. Su clausura respondió tanto a cambios estratégicos como al temor de que la investigación saliera a la luz y perjudicara a la agencia. Una vez que se hicieron públicos los hechos, a mediados de los años setenta, se implementaron reformas legislativas e institucionales para incrementar la supervisión del Congreso sobre las agencias de inteligencia y establecer límites más claros a sus operaciones en suelo estadounidense.

En resumen, MK-Ultra nació del miedo y la lógica de competencia de la Guerra Fría; se sostuvo por el secreto, la ausencia de control democrático y el pensamiento institucional de que “todo vale” en nombre de la seguridad nacional; y terminó dejando una sombra larga sobre la historia de la CIA. Su disolución formal ocurrió antes del escándalo, pero su verdadera muerte fue pública: cuando los ciudadanos conocieron lo ocurrido, la indignación obligó a replantear los límites éticos y legales de la inteligencia estadounidense.


1. Pacientes del Allan Memorial Institute (Montreal) – “los experimentos Cameron”

Una de las fuentes más claras de testimonios procede de antiguos pacientes del psiquiatra Ewen Cameron, cuyo trabajo —financiado encubiertamente por MK-Ultra— aplicaba técnicas de “conducción psíquica”, sesiones intensivas de electroshock, privación sensorial y administración de drogas como LSD o barbitúricos.

Muchos sobrevivientes han declarado que:

  • Perdieron recuerdos completos de su vida anterior, incluyendo eventos familiares básicos.

  • Sufrieron regresiones psicológicas severas, quedando temporalmente en estados infantiles.

  • Quedaron con trastornos de ansiedad, depresión crónica y estrés postraumático durante décadas.

Por ejemplo, varias víctimas que participaron en las demandas colectivas contra el gobierno de EE. UU. y el de Canadá relataron en entrevistas oficiales que se despertaban sin reconocer a sus hijos o sin entender dónde estaban, que no recordaban haber sido internadas voluntariamente y que habían sido sometidas a electroshocks extremadamente frecuentes, muy por encima de lo permitido médicamente.

Una mujer explicó al tribunal canadiense que, tras los tratamientos,
“tuve que volver a aprender a caminar, a leer y a ser una persona funcional. No recordaba casi nada de mi vida”.
Este tipo de frase fue repetida con variaciones por numerosos pacientes del Allan Memorial.


2. Familia de Frank Olson

Aunque Olson no dejó un testimonio propio (murió en 1953 tras haber sido drogado con LSD sin su consentimiento), su familia relató durante el caso civil que:

  • Olson había sufrido un colapso psicológico intenso después de ser dosificado clandestinamente.

  • Experimentó episodios de confusión extrema, paranoia y angustia en los días posteriores.

  • Antes de morir mostraba signos evidentes de sentirse manipulado y vigilado por sus colegas.

Su familia declaró ante la prensa en los años setenta que “Frank cambió por completo en apenas una semana; estaba aterrorizado y desconcertado, y nadie quiso decirnos por qué”.


3. Víctimas anónimas identificadas en documentos del Senado (Audiencias del Comité Church, 1975)

En esas audiencias, el Senado leyó informes desclasificados con declaraciones de sujetos que habían sido expuestos a LSD sin consentimiento, especialmente en hospitales, cárceles y bases militares.

Los testimonios reseñados en los informes incluían afirmaciones como:

  • Sensación de pérdida total de control mental.

  • Episodios de pánico profundo, alucinaciones duraderas y miedo a “no volver a la normalidad”.

  • En algunos casos, deterioro psicológico persistente que arruinó carreras, estudios o relaciones personales.

Un sujeto describió su experiencia —según los documentos oficiales— como “la sensación de haber sido destruido por dentro y reconstruido por alguien más”.


4. Participantes del programa en prisiones estadounidenses

Varias demandas en los años ochenta y noventa revelaron experiencias de reclusos usados como sujetos de prueba. Algunos afirmaron que:

  • No se les explicó lo que se les administraba.

  • Tras las sesiones, sufrieron lagunas de memoria, ataques de pánico, insomnio crónico y despersonalización.

  • Sentían haber sido tratados como material desechable.

Un demandante describió sentirse “como un experimento, no como un ser humano”.



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