martes, 16 de diciembre de 2025

Jesús de Nazareth (7 a de C, 33 d C)


 

Jesús predicó principalmente en Galilea y en Perea porque eran regiones periféricas, rurales y socialmente menos controladas que Judea. Galilea, en particular, estaba formada por pequeñas aldeas campesinas donde la presión fiscal, la pobreza y la inseguridad económica eran fuertes, lo que hacía que un mensaje centrado en el Reino de Dios, la justicia y la reversión del orden social resultara especialmente significativo. Además, al no ser el centro del poder religioso, estas zonas ofrecían mayor libertad de movimiento a un predicador itinerante. Perea, gobernada también por Herodes Antipas, cumplía una función similar: permitía continuar la misión sin entrar directamente en el foco de vigilancia que representaba Jerusalén.

En cuanto a Samaria, Jesús no la convirtió en el eje de su predicación porque existía una enemistad histórica profunda entre judíos y samaritanos, basada en diferencias religiosas, políticas y culturales que se remontaban siglos atrás. Su misión inicial estaba orientada al pueblo de Israel entendido desde el judaísmo, y centrar su actividad en Samaria habría generado conflictos innecesarios que habrían desviado su mensaje principal. Sin embargo, esto no implica rechazo absoluto: los relatos evangélicos muestran que Jesús se relacionó con samaritanos y los presentó incluso como ejemplos morales, lo que sugiere una apertura teológica acompañada de prudencia estratégica.

La predicación en Judea fue arriesgada, pero inevitable. Jerusalén era el centro religioso y simbólico del judaísmo, y cualquier movimiento profético con aspiraciones escatológicas debía enfrentarse de algún modo al Templo y a las autoridades que lo gestionaban. Jesús parece haber sido consciente de que su mensaje culminaría allí en un conflicto abierto. Su entrada en Jerusalén y su actuación en el recinto del Templo no fueron episodios casuales, sino gestos simbólicos que cuestionaban el sistema religioso, económico y político vigente. Judea no fue el espacio natural de su actividad, sino el escenario final donde su mensaje alcanzó su punto de máxima confrontación.

Respecto a Herodes Antipas, es significativo que no actuara directamente contra Jesús, a diferencia de lo que hizo con Juan el Bautista. Jesús no promovía una rebelión armada ni se presentaba como líder político en sentido estricto, lo que lo hacía menos peligroso a los ojos de Antipas mientras permaneciera en un entorno rural. Además, Antipas parecía evitar nuevos conflictos que pudieran atraer la atención de Roma. Los evangelios sugieren más bien una actitud de curiosidad y cautela por parte del tetrarca, no una persecución activa.

Las tensiones con su familia se explican por la ruptura que Jesús introduce con los valores tradicionales de la sociedad palestina del siglo I. Abandonar el oficio, el hogar y las obligaciones familiares para llevar una vida itinerante suponía una transgresión grave del orden social. Su redefinición de la familia en términos espirituales, basada en la adhesión al Reino de Dios y no en los lazos de sangre, debió de resultar desconcertante e incluso escandalosa para sus parientes, que en algunos relatos parecen interpretarlo como una conducta extrema o desestabilizadora.

El rechazo en Nazaret responde a un fenómeno frecuente en contextos tradicionales: la dificultad para aceptar que alguien conocido desde la infancia se presente como profeta. La familiaridad jugó en su contra. En una sociedad regida por el honor y la jerarquía, alguien sin linaje sacerdotal ni respaldo institucional que reivindicara autoridad religiosa era percibido como una amenaza al equilibrio social. Jesús no cumplía las expectativas mesiánicas locales, y su mensaje resultó incómodo precisamente por provenir de alguien “demasiado conocido”.

Jesús tampoco predicó de manera sistemática en las grandes ciudades de Galilea, como Séforis o Tiberíades, porque eran centros urbanizados, helenizados y estrechamente vinculados al poder político y económico. Allí residían las élites colaboracionistas y el control administrativo era mayor. Su mensaje, orientado a los pobres, marginados y campesinos, encontraba menos eco en estos entornos. Su opción por las aldeas refleja una elección consciente: dirigirse a los márgenes sociales en lugar de a los centros de poder.

Finalmente, aunque Jesús no predicó explícitamente contra Roma, fue ejecutado por las autoridades romanas porque su actividad podía interpretarse como una amenaza política potencial. La proclamación del Reino de Dios, su entrada simbólica en Jerusalén durante la Pascua y el uso del título “Rey de los judíos” lo situaban en un terreno peligrosamente ambiguo. Para Roma, cualquier figura capaz de movilizar multitudes y de suscitar expectativas mesiánicas representaba un riesgo. La crucifixión, castigo reservado a sediciosos y rebeldes, indica que fue eliminado no tanto por lo que dijo de Roma, sino por lo que su figura y su mensaje podían llegar a significar en un contexto social explosivo.

Si quieres, puedo profundizar aún más desde la perspectiva del Jesús histórico, diferenciando con cuidado entre lo que probablemente ocurrió y la interpretación teológica posterior.


Escena: Noche en Jerusalén.
Una terraza iluminada tenuemente por lámparas de aceite. Se oyen murmullos lejanos de la ciudad. Jesús, Nicodemo y Pedro conversan en voz baja.


NICODEMO
(Rodeándose el manto, inquieto)
Rabí, el pueblo está cansado. La Ley, que debía dar vida, se ha convertido en un peso. Los fariseos de Judea vigilan el agua, los alimentos, los gestos… pero no miran a los pobres que duermen a sus puertas.

PEDRO
(Con tono directo)
Lo veo cada día. Se preocupan más por un sábado mal guardado que por un niño hambriento. ¿Eso es lo que Dios quiere?

JESÚS
(Mirando la ciudad)
Han confundido la pureza con el miedo. Limpian el exterior del vaso, pero por dentro está vacío de compasión. Una religión que olvida a los pobres pone en peligro al pueblo que dice proteger.

NICODEMO
Y mientras tanto, Antipas gobierna… pero no ofrece respuestas. Habla de orden, de Roma, de impuestos. Los desheredados del mundo no encuentran en él ni consuelo ni esperanza.

JESÚS
Los poderosos prometen seguridad, pero no vida. Sin justicia, una sociedad se marchita, aunque conserve sus ritos.

NICODEMO
(Bajando la voz)
Jesús, sabes que tarde o temprano tendrás que enfrentarte a Caifás. Tendrás que predicar en una gran ciudad… en Jerusalén misma. Allí perderás el combate.

PEDRO
(Alarmado)
¡No hables así!

JESÚS
(Sereno)
Cuando eso ocurra, Nicodemo, mi semilla ya estará a punto de germinar. No se lucha solo con palabras ni con espadas.

NICODEMO
¿Y si te silencian? ¿Y si te eliminan?

JESÚS
Los muertos no son tan fáciles de combatir como los mortales.
Lo que nace del amor no muere con el cuerpo. Permanece… y transforma.

(Un silencio profundo. A lo lejos, Jerusalén sigue despierta.)

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