A principios de los 70 el general Moshe Dayan, vencedor de la Guerra de los Seís Dís, puso su ojo bueno en una máscara de piedra del Neolítico. Atosigó a su proveedor. El distribuidor lo puso en contacto con un granjero que había encontrado el artefacto por casualidad en sus tierras de Hebrón, en el sitio de Howat Duma.
"Muchas piezas aparecen de repente, por casualidad, sin que las catemos los arqueólogos en su contexto, en los desiertos del sur de Judea y van a parar al mercado de antigüedades", dice Debbie Herchman, la conservadora de las Coleccione Prehistóricas del Museo de Jerusalém.
En 1983, Herchman estaba trabajando en el reducido equipo de Ofer- Bar-Josef en la cueva de Nahal Hemar. Encontraron un rico ajuar funerario de cosas relacionadas con el culto a los antepasados, como cuchillos de pedernal, figurillas talladas de hueso y calaveras decoradas con asfalto fundido. Y seis de las máscaras de la colección.
Las máscaras las llevaban los oficiantes de un culto a los ancestros. También servían para reclamar la propiedad de las tierras de labranza en una época en que la escritura no servía. Estas son mis tierras. Lo sé porque bailo en ellas con la máscara del primero que las hizo germinar de forma productiva para mi clan.
Las máscaras servían en rituales porque iban acompañadas en los ajuares con restos de textiles bordados y tenían agujeros en los extremos para jijar las correas o los cordones con que se anudaban a la nuca.
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