1914. El director Ford Sterling está rodando una comedia pero siente que a la película le falta algo. Así que le pide a Charles Chaplin, un antiguo actor de variedades británico, que se ponga la ropa más estrafalaria que encuentre y vuelva de esa guisa al set de rodaje.
Chaplin se pone unas cuantas prendas propias de los trabajadores sin empleo.: pantalones holgados, unos zapatones y una chaqueta entallada que le queda pequeña. Completa su disfraz con dos notas discordantes: un bombín y un bastón de paseo, propio de los hombres de cierta edad y alta posición social.
Como es demasiado joven para el papel de vagabundo, se pone un bigotito para aparentar más edad, pero sin restar expresión a su rostro. En el cine mudo la expresión lo es todo.
Vuelta al set de rodaje. Sterling le pregunta:
-¿De qué se supone que va?
-Es un vagabundo, un poeta, un caballero, y un soñador en busca de parejas y aventuras.
-Bueno; póngase en el escenario, que quiero ver si su idea funciona.
Chaplin entra en el decorado. Se supone que es un mendigo que se ha colado en un hotel con la finalidad de hacerse pasar por un huésped y no pasar frío. Tropieza con el pie de una dama. Se da la vuelta y la saluda quitándose el sombrero. Tropieza con una escupidera. Charlot se da la vuelta y se disculpa ante la escupidera.
El público de esta primera función de Charlot consistía en los actores de otros estudios, y los técnicos. No pararon de reírse a lo largo de la sucesión de gags improvisados.
Chaplin dotó a las comedias mímicas del cine mudo de un elemento que les faltaba: el sentimentalismo. El espectador tenía que reírse tanto como lloraba con las desventuras del propio Charlot.
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