Escena: Una tarde soleada junto a un campo de trigo. Un caballero de mediana edad, con armadura ligera y capa adornada con los colores de su señor, conversa con un joven campesino. El campesino sostiene una hoz, mientras que el caballero se apoya en su espada envainada.
Caballero: (Con tono grave y solemne) Escucha, muchacho. Sé que la vida que lleváis no es fácil. Labrar la tierra, soportar el frío invierno y los tributos… todo puede parecer una carga pesada. Pero déjame explicarte por qué es justo y necesario, tanto para ti como para mí.
Campesino: (Frunciendo el ceño) ¿Justo? Mi señor, vos coméis en mesas de roble mientras nosotros apenas llenamos nuestras panzas con pan negro. ¿Cómo es eso justo?
Caballero: (Sonríe con paciencia) Justo porque cada uno tiene su papel, su deber en este mundo que Dios nos ha dado. Yo, como caballero, estoy atado a un juramento, no solo a mi señor, sino a todos vosotros, mis vasallos. Debo protegeros. No solo de otros caballeros y de los ejércitos que podrían saquear estas tierras, sino también de los bandidos y del caos. Sin orden, ¿qué sería de vosotros? Una vida peor que la de las bestias.
Campesino: (Resoplando) Pero… ¿y qué de estos tributos? Todo el grano que damos, todo lo que trabajamos… Apenas nos queda para nosotros mismos.
Caballero: (Con voz firme) Los tributos son necesarios, amigo mío. Esa comida mantiene nuestras fortalezas, nuestras armas, y a los hombres que están listos para luchar si algún enemigo se acerca. Si no hay trigo para alimentar a los soldados, ¿quién os protegerá cuando lleguen los invasores? ¿Tú, con esa hoz?
Campesino: (Bajando la mirada, dubitativo) No… pero a veces parece que nuestras vidas solo existen para serviros.
Caballero: (Con suavidad, inclinándose hacia el campesino) Y las mías, para servir a un ideal. ¿Crees que es sencillo? Luchar en las guerras, dejar a mi familia, enfrentarme a otros hombres con la espada, sin saber si volveré con vida. A eso estoy atado por la caballería. No peleamos solo por gloria, sino para mantener la paz en estas tierras, para asegurar que tú y los tuyos podáis sembrar y cosechar sin miedo.
Campesino: (Mira al caballero, intrigado) ¿Y qué hay del amor? Siempre oigo a los bardos cantar sobre caballeros que luchan por doncellas. ¿Es solo poesía?
Caballero: (Riendo suavemente) No es solo poesía, aunque esos bardos a veces exageran. El amor cortés es parte de nuestro código. Nos recuerda que debemos aspirar a algo más elevado: respeto, honor, y el servicio a las damas, que simbolizan la pureza y la gracia. Amar no es poseer, sino servir, como yo sirvo a mi señora… y a vosotros.
Campesino: (Frunciendo el ceño de nuevo) Pero vos podríais marcharos. Podríais dejar la guerra y vivir en paz. Nosotros no podemos escapar de nuestros campos.
Caballero: (Sacude la cabeza) Y yo no puedo escapar de mi deber. La caballería no es solo un título; es un voto. Si huyo de él, ¿qué soy? Un hombre sin honor, sin propósito. Y lo mismo ocurre contigo. Si dejas tu campo, si no trabajas la tierra, ¿qué ocurre? Tu familia pasa hambre, tus vecinos también. Tu deber, aunque duro, tiene su propio honor.
Campesino: (Susurrando, pensativo) No lo había visto así…
Caballero: (Coloca una mano en el hombro del campesino, con gesto amable) Somos como las piedras de un molino. Cada uno de nosotros gira según el otro, y juntos hacemos posible la harina que alimenta a todos. La próxima vez que sientas la carga de tu trabajo, recuerda esto: así como tú dependes de mi espada, yo dependo de tu azada. Ninguno de los dos puede escapar de este equilibrio.
Campesino: (Asiente lentamente) Quizá tengáis razón, mi señor. Quizá.
Caballero: (Sonríe) No quizá. Ciertamente. Ahora, vuelve a tus labores, muchacho. Y recuerda, mientras yo respire, ningún enemigo pondrá un pie en esta aldea sin enfrentarse a mi espada.
El caballero se endereza, ajustando su capa, y camina hacia su caballo. El campesino lo observa un momento, antes de volver al trigo, reflexionando sobre las palabras del noble guerr
No hay comentarios:
Publicar un comentario