martes, 25 de noviembre de 2025

Las aves nos interpelan en un santuario llamado Pandemonium.

 


“Las aves nos hablan, solo hay que aprender a escucharlas”

Entrevista con una voluntaria del hogar de aves exóticas Pandemonium

Simon Worrall: Usted trabaja cada día con especies muy diversas. Desde su experiencia, ¿cómo describiría la inteligencia de las aves?

Voluntaria: La mayoría de las personas no imagina lo extraordinariamente inteligentes que son. Tienen cerebros pequeños, sí, pero muy eficientes. Comprenden situaciones complejas, reconocen intenciones humanas y encuentran maneras de comunicarse con nosotros. A veces parece que literalmente nos “dicen” lo que necesitan, aunque no hablen nuestro idioma.

Worrall: ¿Ha vivido alguna situación especialmente reveladora?

Voluntaria: Una que siempre cuento es la de un pinzón de Lady Gould. Él no podía volar tan bien como los demás y se quedaba abajo cuando los otros subían al posadero para dormir. Empezó a mostrarse muy inquieto, buscaba mi atención y repetía los mismos movimientos junto a un tronco. Al principio no entendía qué intentaba comunicarme, pero su insistencia era casi como una conversación. Finalmente deduje que necesitaba una manera alternativa de subir. Le construí una pequeña escalera y, en cuanto la puse, subió inmediatamente con el resto. Fue como ver un rompecabezas resuelto entre dos especies distintas.

Worrall: Parece casi un acto colaborativo.

Voluntaria: Exacto. Y experiencias así nos hacen replantearnos nuestras ideas sobre la inteligencia animal. Las aves no solo reaccionan: planifican, piden ayuda, buscan soluciones.

Worrall: Hablemos de otro comportamiento sorprendente: la música. ¿De verdad bailan?

Voluntaria: (Ríe) Sí, y con mucho entusiasmo. Los loros grises son especialmente sensibles al ritmo. Si la canción tiene un pulso claro, empiezan a mover la cabeza, las patas y hasta las alas. Y no es un movimiento aleatorio: siguen la música. Tenemos también una cacatúa con gustos muy particulares. Le encantan las canciones de las princesas de Disney; en cuanto oye la melodía, se pone a mover todo el cuerpo. No ha ampliado su repertorio, pero con lo que tiene es feliz.

Y algo curioso: cuando se acercan las fiestas y empezamos a poner villancicos, ¡todas las aves del refugio se animan! Parece que hay algo en esas melodías que les resulta irresistible.

Worrall: Más allá del comportamiento lúdico, imagino que el cuidado cotidiano puede ser muy exigente, sobre todo con las crías.

Voluntaria: Muchísimo. Hay especies cuyos padres no saben alimentar a los polluelos, o que simplemente los rechazan. En esos casos debemos alimentarlos manualmente. Los sostenemos con mucho cuidado y les damos grano donado, frutas o pequeños insectos, dependiendo de la dieta de cada especie. Es un trabajo delicado que puede llevar horas al día, pero sin eso muchos no sobrevivirían. Cada polluelo sacado adelante a mano es casi una pequeña victoria.

Worrall: En una ocasión mencionó algo muy peculiar sobre los chochines de las hadas. ¿Qué ocurre con ellos?

Voluntaria: Es uno de los comportamientos más fascinantes que he visto. Los chochines de las hadas aprenden una especie de contraseña acústica cuando aún están dentro del huevo. Es un sonido específico, como una firma vocal. Cuando nacen, deben emitir esa contraseña para que los padres los reconozcan como propios. Si no lo hacen, los adultos pueden rechazarlos pensando que son crías de otra especie, resultado de una puesta parásita. Es un sistema de identificación sorprendente y extremadamente preciso.

Imagínese: aprender un código antes incluso de ver la luz.

Worrall: Después de escuchar todo esto, uno siente que hay un mundo de comunicación animal que aún no comprendemos del todo.

Voluntaria: Exacto. Las aves viven en un universo sensorial y social muy complejo. Cuando les damos espacio, paciencia y respeto, descubrimos que tienen mucho que decirnos. Lo único que tenemos que hacer es escuchar.

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