jueves, 3 de julio de 2014

Saqueadores de tumbas. La familia Rasoul.

Aldea de Shek adb-Kurna, en Egipto. Segunda mitad del siglo XIX. Achmed abd El Rasoul es el mediano de tres hermanos. Su hermano mayor, Muhammad, está al servicio del cónsul de Luxor. Solimán, el más joven, se gana la vida vendiendo antigüedades a los europeos.
Un día, mientras pastorea su ganado, Achmed encuentra un orificio en la tierra de doce metros de altura. Con la ayuda de Solimán, y de una cuerda lo suficiente larga, explora las profundidades de la tierra. Los dos hermanos encuentran un depósito de unas 40 momias reales con sus correspondientes ajuares funerarios. Corre 1870.
Los tres hermanos viven 10 años de vender con cuentagotas las antigüedades a los rapaces europeos, todos ellos con ínfulas de coleccionistas, incapaces de apreciar e pasado si no lo tienen en una vitrina.
1881. Auguste Mariette está sorprendido. Los egiptólogos que regresan de Europa le hablan de manuscritos y artefactos de los que no tiene noticias. Alguien ha saqueado ua tumba importante cerca de Luxor. Mariette tiene que pararle los pies antes de que las piezas se dispersen más. Pero muere poco después.
Su sucesor, al frente del Consejo de Antigüedades, Gastón Maspero, pasa a la acción y le pide a un joven anticuario, Charles Wilbour, que tienda una trampa a los expoliadores. Wilbour se hace pasar por un coleccionista  muy opaco, mas bien turbio. Está dispuesto a comprar antigüedades bajo mano. Y el que aparece es Solmán Abd El Rasoul con papiros coptos de gran valor, figurillas funerarias, etc... Un interrogatorio a manos de la Policía Colonial de los briánicos, al cabo del cual, Solimán adquiría una inquietante cojera, revela el escondite de las momias. Son trasladadas al Museo Egipcio, el primer museo de antigüedades faraónicas en Egipto.

Ramsés III está preocupado. Es el garante de los ciclos vitales y las tradiciones en el país de Kemet, nombre antiguo de Egipto. Algo va mal. Hay una bancarrota económica, no puede pagar a los artesanos de las tumbas. Los ladrones se lanzan sobre el Valle de los Reyes, saquean y revenden lo más valioso de cada tumba y destrozan o pegan fuego a lo que no se pueden llevar. La corrupción y el sálvese quien pueda se han convertido en el pan de cada día de los egipcios.
Los sacerdotes proponen al faraón Ramsés III una solución. Trasladar los 40 cuerpos encontrados por los Rasoul en 1870 a un nuevo enclave secreto con su ajuar más fundamental. Ramsés III acepta la idea, poco antes de luchar contra los Pueblos del Mar, y de ser asesinado con un veneno de efecto demasiado lento como para permitirle desenmascarar a la reina consorte conspiradora, al príncipe usurpador Pentaware y todos los conjurados que han puesto fin a su vida.

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