viernes, 25 de diciembre de 2015

Cixi, la última emperatriz de China.

Un carruaje cubierto por unas gruesas cortinas atraviesa el portón de la Ciudad Prohíbida. Dentro viaja una muchacha de 16 años. No está asustada, pese a que va a pasar las pruebas de admisión como concubina de grado inferior. De hecho escalará en la jerarquía del serrallo y se convertirá en el equivalente chino de la emperatriz rusa Catalina la Grande.
Durante los 41 años que detentó el poder ( de 1861 a 1908) abrió el país al contacto con las potencias extranjeras aunque lo mantuvo lejos de las manos rapiñadoras de los colonialistas. Modernizó un país anclado en antañonas tradiciones. Cometió algunos errores graves como apoyar a los Bóxer cuando estos sitiaron el Barrio de las Delegaciones de Pekín en 1900.
En el libro de la historiadora Jung Chang, CIXI, LA EMPERATRIZ, la carrera de esta mijer como gobernante comenzó en 1856 cuando dio a luz al hijo varón del emperador Xiangfeng. A pesar de haberlo engendrado, no fue su madre oficial porque mantenía un rango incómodo de concubina de grado inferior. El honor recayó en la esposa del emperador, Zheng, con la que Cixi siempre mantuvo una excelente relación.
El emperador Xiangfeng era un defensor de las tradiciones y se mantuvo hostil ante los avances teecnológicos y la entrada de los europeos en China. En politica exterior sufrió una derrota en la Guerra del Opio, que supuso el final de la obligación de los misioneros cristianos occidentales de agachar la cabeza ante los funcionarios y la apertura de los puertos como Hong Kong y Formosa a las naves inglesas.
Cixi, que hasta entonces jamás había osado intervenir en política, recurrió a sus cuñados para que las responsabilidades de la regencia cuando murió Xiangfeng recayeran en ella en lugar de Zheng. Las dos mujeres negociaron un acuerdo. Zheng se encargaba de la intendencia del palacio y el nombramiento de los funcionarios y Cixi de los restantes asuntos. La estabilidad duró hasta la muerte de Zheng a los 43 años.
Cixi ya es emperatriz y no duda en confiar a esos extranjeros de piel pálida y ojos redondos los negocios y asuntos a los que las menters chinas no llegan. El británico Robert Hart es el nuevo funcionario de aduanas. Entre los planes de Cixi está el de introducir el ferrocarril en China. Los campesinos se niegan diciendo que los traqueteos y el humo molentan el descanso eterno de sus ancestros. 
En 1873, Tonghi, de 16 años accede al trono imperial. Es un nuchacho indolente que solo piensa en diversiones. Pero de todos modos accede, para escándalo de los eunucos y chambelanes de palacio, que una delegación de europeos no se postre en su presencia. Muere a los 19 años.
Cixi maquina desde la sombras el mombramiento de su sobrino como emperador. Ella será la regente. Mientras tanto amplia el presupuesto para construir una armada potente, capaz de competir con los acorazador japoneses y norteamericanos. Abrió nuevos puertos al comercio con las potencias extranjeras y creó el servicio de Correos chino, el primer telégrafo, instauró el tranvía en Pekín y llevó la electricidad al país.
Guangxu llega al trono en 1889. Es un tipo incapaz de comprender la modernidad. Además uno de sus consejeros, Kang, el Zorro Salvaje, le da pésimos consejos, que han provocado una espantosa derrota naval ante Japón. Sin un ejército moderno y potente, los colonialistas quieren plantar sus banderas de rapiña en China.
En 1900 Alemania, Gran Bretaña y Rusia habían violado la soberanía china apoderandose de territorios. Japón y Francia ya gobernaban en los antiguos estados vasallos de Vietnam y Corea. El descontento se extendía ante le prepotencia de los misioneros occidentales. Y pasó lo inevitable. Millones de chinos se levantaron con puños y palos contra los fusiles Remington de las potencias europeas. Cixi y su sobrino Guangxu tuvieron que huir a Xian.
En la Ciudad Prohíbida se quedaron los eunucos encargados de defender con su vida el patrimonio artístico y de enterrar viva a Perla, una ambiciosa concubina que años atrás había urdido un atentado contra Cixi.
La revuelta de los Bóxer duró 55 días y fue reprimida por los europeos. Hubo sanciones económicas pero se ofreció la subida de aranceles por la entrada de exportaciones en los puertos para pagarlas.
En 1908, ya anciana, sintiendo que la muerte se acerca, Cixi ordena la muerte del emperador Guangxu, como medida extrema ante sus inclinaciones pro japonessas, y empieza a trabajar en el borrador de una constitución. El nuevo modelo, por el que no llega a luchar, preveía como reforma principal la conversión de China en una monarquía parlamentaria.

Cixi se levantaba a las cuatro de la mañana. La vestían sus eunucos y fumaba una buena pipa de agua, sostenido por un eunuco entrenado para que no le temblara el pulso, desayunaba té con leche humana y comenzaba su larga jornada de trabajo. Leía y corregía informes y recibía en audiencia a sus hombres de confianza, a los que escuchaba en su trono, tras un biombo.
Todos tenían que arrodillarse ante ella excepto el fotógrafo imperial. No podía manejar el trípode la cámara en esta postura. Como mujer jamás pisó la parte delantera de la Ciudad Prohíbida. Tampoco pudo viajar en automóvil puesto que el conductor tenía que conducir sentado y dándole la espalda.

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