martes, 19 de abril de 2016

Clandestinidad durante el Tercer Reich.

70 años después sabemos que Goebbles, ministro de Propaganda, no podía tocar todos los palos. La mayoría de la gente creía que las razones para delatar a los vecinos eran legítimas, pero hubo quien uso su granito de arena, y se jugó la vida con ello, para que el sistema social del Reich fracasara.
Las opositoras al Régimen nazi Hannah Solf y su hija, la condesa de Ballestram Solf habían organizado, con la excusa del té de las cinco, unas reuniones de conspiradores entre los que había intelectuales, políticos, militares y aristócratas. Dirigían un Ferrocarril Subterráneo que sacaba judíos fiera del país. Denunciados a la Gestapo por un soplón, los conspiradores fueron detenidos poco a poco. A Hannah y su hija las trasladaron al campo de Ravensbruck, donde las alojaron en unas celdas subterráneas. "Me subía hasta la ventana y veía sobre mí a las mujeres del campo paradas durante horas interminables",dice la condesa. Las trasladaron para hacer con ellas un juecio- farsa. El juez había muerto en un bombardeo y su expediente había ardido, pero daba igual. ¿Qué es la legitimidad legal ante el destino de la raza aria? Un amigo y simpatizante de los conspiradores consiguió para ellas una baja médica que las eximía de estar en prisión. Madre e hija vivieron lo suficiente para testificar contra muchos perpetradores del Holocausto.Al día siguiente se ejecutó a todos los conspiradores del té.
La escritora Alice Stein fue escondida en su casa, desde septiembre de 1942 hasta el final de la guerra por Claire, una veinteañera aria. Claire no se había perdonado a sí misma por haberse cruzado de brazos cuando deportaban a su mejor amiga, una judía. Decidió jugarse la vida para salvar a otra persona.
El zapatero judío Moritz Mandelkern, lisiado por una herida desde la Primera Guerra Mundial, permaneció 18 meses en la cama de un desvan helador, quietecito y callado. Cuando un bombardeo destruyó su escondite, se arriesgó a salir al exterior donde se topóde narices con un miliciano de las S.S.. Este sacó su arma pero el estallido de una nueva bomba lo dejó inconsciente o muerto. Moritz no se quedó a verló y se fugó.
Valerie y Andrea Wolffenstein se mudaron de escondite 18 veces a lo largo de la guerra. A ellas las ayudó una cadena de soporte de la Iglesia Luterana y el doctor Amman, que más tarde sería trasladado a los Estados Unidos, en la Operación Paperclick.
Las personas que, por ser judías o estar marcadas como subversivas, debían esconderse temían salir a la calle. Los hombres en edad militar podían ser detenidos como desertores. Los controles eran rutinarios y siempre había el riesgo de que te reconociera alguien. En caso de bombardeo, los refugios eran ratoneras y cotos de caza para los milicianos de las S.S.

Para saber más sobre la clandestinidad en el Tercer Reich:

Sobrevivimos. Eric H. Boehm. Editorial Herder.

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