sábado, 8 de diciembre de 2018

Centenario del fin de la Primera Guerra Mundial.

La Primera Guerra Mundial, que los generales y polítcos anunciaron como corta y gloriosa, duró cuatro años y se saldó con millones de muertos. Un conflicto cerrado en falso que dio paso a una masacre aún mayor.

La llamaron Gran Guerra. Las potencias que dominaban el mundo ( y saqueaban sus recursos mediante el colonialismo) fueron a ellas como si fuese lo mejor que les podía pasar. El entusiasmo no solo era de las élites dirigentes sino de los soldados de a pie que se despedían en los andenes de sus esposas y madres. "No te preocupes, tontita. En Navidad ya estaremos en casa", se oía por doquier. Nada que ver con la pesadilla de plomo, acero, lodo y sangre en que se vieron envueltos pronto.

Generales de cuidados bigotes, las botas recien lustradas por ordenanzas que mas que sus asistentes parecían del servicio doméstico, estudiaban los mapas en las mesas de los Estados Mayores, casi siempre situados en chateaux del norte de Francia, en la retaguardia, para aplicar tácticas obsoletas, venidas en nada frente a la matanza tecnológica que suponían los ataques aéreos, las armas químicas o la simple presencia de una ametralladora en la trinchera enemiga.

Hasta que lo comprendieron siguiendo derrochando las vidas de miles de soldados para ganar unos palmos de terreno que perderían al día siguiente. Se sucedían las Navidades y nadie regresaba a casa como no estuviera mutilado e inservible para cualquier actividad.

En las Navidades de 1918, las familias alemanas se ponen sus holgados trajes de fiesta para comer una solitaria patata cocinada en un sopilcaldo al que un sucedaneo de carne que jamás tuvo que ver con la carne da sabor. En la calle las masas hambrientas empiezan a reclamar una revolución como la del año anterior en Rusia.

Las trincheras están en territorio francés, por lo que los propagandistas usan ese dato para tranquilizar a la población. Si las bombas caen cerca de granjas francesas o belgas es que Alemania está ganando la guerra. Lo que no dicen los avispados propagandistas es que esto da igual porque el bloqueo al que la Royal Navy está sometiendo a los puertos alemanes les impiden importar alimentos o materias primas desde la derrota naval en Jutlandia (1916). Además la entrada en la guerra de los Estados Unidos, a los que es imposible dañar en su país, hacen que el fiel de la balanza se inclime del lado de los aliados.

Los técnicos de guerra informan al general Lidendorff, virtual dictador de Alemania, que es imposible abastecer de más armas y comida a los soldados, por lo que la guerra se ha perdido. Las tropas alemanas están a punto de amotinarse, con lo que se está formando un estupendo caldo de cultivo para una revolución.

Ludendorff dimite de su cargo como dirigente y solicita que se forme un gobierno socialdemócrata a la burguesía. Arrogante en 1914, cobarde y inconsecuente con sus decisiones en 1918, decide que es mejor que los obreros alemanes no le culpen a él de lo que se les viene encima. Los alemanes se despiertan, compran el periódico y descubren que ahora viven en una democracia parlamentaria. El presidente estadounidense Wilson exige que Alemania deponga las armas y se convierta en un país constitucional.

Ludendorff toma medidas para democratizar la nación pero los primeros conatos revolucionarios estallan en Kiel y Berlín.

El 7 de noviembre de 1918, en el bosque de Compiégne, se reunen la delegación francesa y alemana para tratar del armisticio. El general Foch mira con desprecio las ojeras de los diplomáticos alemanes y dice a su ordenanza con una mueca: "Pregúnteles a estos señores qué quieren." Erzberger, el portavoz de los alemanes, dice con un hilo de voz que quieren negociar el armisticio. "No hay nada que negociar. Les leeré el pliego de las condiciones"

Retirada imediata de los territorios ocupados de Francia y Bélgica, devolución de las disputadas provincias de Alsacia y Lorena, desmilitarización de una franja de 30 kilómetros a lo largo del Rhin. Además, Alemania debe entregar las armas pesadas y reducir su ejército a 100.000 hombres. El armisticio se fijó el 11 de noviembre a las 11:00.

En las trincheras los soldados están exultantes. Gorros y cascos arrojados al aire, Abrazos. Lágrimas. Los camiones de la munición ahora acarrean barriles de vino y cerveza, así como raciones extras. Soldados de uno y otro bando cruzan la tierra de nadie y se invitan a tomar un refresco en las que hasta ayer eran letales trincheras enemigas. Es la apoteosis del alivio.

El 28 de junio de 1919, quinto aniversario del atentado de Sarajevo, los representantes de las potencias vencedoras se reunen en el Palacio de los Espejos del Palacio de Versalles (París) para decidir un castigo adecuado para Alemania. Destacan las ideas del representante francés, Clemenceau, apodado el Tigre. Alemania cederá todas sus colonias y parte de su territorio nacional, además de abonar a los vencedores una exagerada compensación de guerra.

La idea de Clemenceau era que Alemania no pudiera disputarles la supremacía en Europa a Francia y Gran Bretaña ni su parte del pastel colonial, pero la humillación llevó que a lo lago de los años 20 y 30 unos exhaustos alemanes escucharan a los líderes nacionalsocialistas, que les prometían un desquite. Con lo que podemos asegurar dos cosas.

1) Nadie aprendió la lección
2) No se puede hablar de dos guerras mundiales sino de una sola, separada por una breve tregua de 20 años.

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