26 de enero de 1900. Valle del Po. Esa misma noche, coincidiendo con la muerte de Giuseppe Verdi, nacen en la Villa Gerardhini, Olmo Dalcoú, hijo de unos aparceros explotados, y Alfredo, el hijo del padrone de la villa.
Los dos niños se harán amigos, aunque tras el frenesí de la unificación, la lucha de clases entre campesinos y terratenientes haya empezado. Tras la Primera Guerra Mundial Olmo se convierte en un perfecto comunista y, por su parte, el padre de Alfredo contrata como capataz a un camisa negra, Attila Melanchini en 1924.
La esposa de Alfredo, Ada, tratará de atajar los abusos de Attila, a pesar de que es el marido de la prima del suyo. Alfredo, convertido en el padrone, expulsa al fascista de sus tierras, a pesar de que otros terratenientes están utilizando a los camisas negras para conservar sus privilegios y para reprimir a unos aparceros menos sumisos y más politizados.
El resultado es que Attila, alfrente de sus huestes, mata a varios campesinos y trata de prender al líder comunista de la región, que resulta ser Olmo. No lo encuentra.
Tras la derrota de los fascistas a manos de las tropas aliadas en 1944, Attila y su esposa serán asesinados por las masas. Alfredo será juzgado por un tribunal popular, que lo absuelve a regañadientes, y se conforma con disolver la figura del padrone, presionados por un Comité Revolucionario de Roma.
La multitud se marcha a celebrarlo con una bandera roja con la hoz y el martillo. Alfredo les ve alejarse, se encoge de hombros y musita: "El padrone no ha muerto".
El final de la película es abierto porque es imposible dar otro final a la convulsa historia del siglo XX. Igual que Don Camilo tan pronto se pegaba como confraternizaba con el alcalde comunista Peppone en los cuentos de Guareschi, una Italia, la de los trabajadores y los campesinos, no puede ser aniquilada ni domeñada por los terratenientes y los burgueses democristianos. No hay una resolución posible. El patrón nunca se sale con la suya pero se resiste a desaparecer.
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