Esto nos lleva a pensar si el humor es exclusivo del ser humano. Los animales, desde luego, no cuentan chistes, pero sí muestran conductas que evocan la broma: simios que esconden objetos para sorprender a sus cuidadores, perros que exageran gestos de juego como si se rieran, cuervos que realizan travesuras para provocar reacciones. Hay en esas actitudes una protoforma de humor, quizá más vinculada al juego, pero que apunta a la misma función: liberar tensiones y reforzar vínculos sociales.
Sin embargo, el humor humano se mueve en un terreno delicado: el de los límites. Lo cómico puede resultar liberador, pero también hiriente. De ahí que existan episodios como el secuestro judicial de la revista El Jueves en 2007, tras una portada que caricaturizaba al entonces príncipe Felipe y a Letizia Ortiz en una situación sexual explícita. La sátira, que buscaba comentar una medida gubernamental, se encontró con la barrera de lo intocable: la monarquía. Ese choque muestra hasta qué punto el humor se mide con fuerzas de poder y cómo el rastro de una carcajada puede ser considerado, en ciertos contextos, un desafío político.
Cada cultura, además, tiene su manera de reír. En el norte de Europa suele dominar un humor más frío, irónico y absurdo, donde la inteligencia se prueba en el ingenio para darle la vuelta a lo cotidiano. Ahí están Monty Python, con sus sketches imposibles, como ejemplo de cómo el disparate puede convertirse en sofisticación. En los países mediterráneos, por el contrario, la risa se asocia más al gesto, a lo corporal, a la burla directa y a lo festivo. Los chistes de Eugenio, con su solemnidad impostada, o la sátira carnavalesca andaluza son pruebas de un humor que se acerca más al bullicio y a lo pícaro.
No todo el humor es exportable, y eso se aprecia claramente en los cómics de Rompetechos. La comicidad del personaje de Ibáñez, basada en los malentendidos lingüísticos y visuales fruto de su miopía, se apoya en coincidencias idiomáticas propias del español. Los juegos de palabras, los rótulos confundidos y las situaciones absurdas que de ahí nacen son intraducibles: al cambiar de lengua, se pierden las resonancias que provocan la risa. Su humor es, por tanto, inseparable de un contexto cultural.
Pero quizá la faceta más poderosa del humor es la que aparece frente a lo aterrador. El cómico Miguel Gila lo encarnó de forma ejemplar. Tras luchar en la Guerra Civil y estar a punto de ser fusilado, logró sobrevivir para más tarde convertir la guerra en materia cómica. Sus monólogos, en los que un soldado llama por teléfono al enemigo para pactar disparos, transformaban la experiencia más brutal en absurdo. Esa capacidad de reírse del horror frente incluso a la mirada de Franco, que podía haber sido responsable de su muerte prematura, muestra que el humor es también una forma de resistencia. Reír, en ese caso, no era banalizar el dolor, sino arrebatarle al miedo su poder paralizante.
En definitiva, el humor atraviesa la salud, la cultura y la política. Sirve para unir, para protegernos del sufrimiento y para desactivar lo que amenaza con aplastarnos. Puede ser ligero o corrosivo, íntimo o colectivo, pero siempre nos recuerda que, frente a lo terrible de la condición humana, todavía queda el recurso de la carcajada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario