Entrevista dramatizada: “La guerra, el humor y la vida según Gila”
Lugar: Escenario del Social Antzokia, con un par de sillones, una mesita y un micrófono antiguo.
Personajes:
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FÉLIX DÍEZ (FÉLIX) – Relaciones públicas del teatro, elegante, entusiasta, conocedor del público.
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MIGUEL GILA (GILA) – Humorista, veterano, de voz pausada, ironía natural, una mezcla de sabiduría y ternura burlona.
[Luces suaves. El público aplaude.]
FÉLIX — Buenas noches, amigas y amigos del Social Antzokia. Hoy tenemos con nosotros a un hombre que se rió de la muerte... y lo contó por teléfono. ¡Miguel Gila!
[Aplausos. Gila saluda con modestia y se sienta.]
GILA — Buenas noches. No sé si me he reído de la muerte o la muerte se ha reído de mí... pero al final hicimos buenas migas.
FÉLIX — (Sonríe) Empecemos por el principio. Usted fue soldado en la Guerra Civil. Incluso... hubo un momento en que casi lo fusilan.
GILA — Sí, casi... pero se ve que no tenían buena puntería. (Ríe el público.)
Verá, yo tenía diecisiete años. Me tocó en el bando republicano. Un día, después de perder la guerra, me metieron en la cárcel y me llevaron al paredón. Nos pusieron allí, en fila, con los ojos vendados. Yo pensé: “Mira qué bien, al menos no tendré que pagar la pensión este mes”. (Pausa) Pero habían robado unas gallinas, los moros del bando nacional tenían ganas de comérselas y les dieron a todos menos a un soldado que hirieron y a mi, al que no alcanzaron. Nadie hizo tiros de remate. Y aquí sigo. Creo que fue el primer aplauso que recibí: el de la muerte que no llegó ese día.
FÉLIX — Y después de eso, con el país destrozado, usted se convierte en humorista... y en el humorista preferido de Franco. ¡Qué paradoja!
GILA — Bueno, sí... (se encoge de hombros) Franco se reía conmigo, y yo me reía de él... en silencio, claro.
El humor es como la dinamita: si la usas bien, no hace ruido, pero deja un agujero.
Yo contaba historias de la guerra, del hambre, de la miseria… pero sin nombrar a nadie. Solo decía: “—¿Es el enemigo? —Que se ponga.” Y ya todo el mundo entendía de qué lado estaba yo.
FÉLIX — Y sus comienzos en el mundo del humor... ¿cómo fueron?
GILA — Por necesidad. No tenía nada. Ni estudios, ni zapatos, ni patria. Así que empecé a contar historias para sobrevivir. En los cafés, en los teatros... y luego en La Codorniz. Allí nos reíamos de lo que no se podía decir. Era un milagro: hablar de la miseria y la guerra con una sonrisa. Como quien cocina con pan duro y hace un banquete.
FÉLIX — La Codorniz, sí. Ese refugio de humoristas y locos lúcidos.
GILA — Exacto. Allí aprendí que el humor no es reírse de las cosas, sino sobrevivir a ellas. Había censura, claro, pero nosotros escribíamos con doble fondo.
Decíamos “el vecino” y todo el mundo entendía “el dictador”.
El humor era nuestro código secreto.
FÉLIX — Resulta curioso... Usted, Gila; Mora, el dibujante de cómics; y los escritores de novelitas del oeste, todos republicanos derrotados... y sin embargo, los grandes ídolos del franquismo popular.
GILA — Sí... esa es la gran ironía de España. Los perdedores entreteniendo a los ganadores.
Lafuente Estefanía hablaba de pistoleros porque no podía escribir sobre partisanos.
Yo hablaba de un soldado sin fusil porque no podía hablar del soldado derrotado.
Y los de las novelitas, esos héroes solitarios que llegaban al pueblo y ponían justicia... Eran nuestra manera de decir: “Nosotros también seguimos vivos”.
El pueblo lo entendía. Franco no.
FÉLIX — Así que, en el fondo, el humor fue una forma de resistencia.
GILA — Exactamente. El humor es lo único que no pudieron prohibir.
Nos quitaron la guerra, la libertad, la juventud... pero no las ganas de reír.
Y mientras haya alguien que cuente un chiste, hay esperanza.
Mire, yo siempre digo que la risa es una trinchera sin alambradas.
[Silencio respetuoso. Luego, un aplauso cálido.]
FÉLIX — Maestro Gila, si pudiera volver atrás, ¿volvería a contar los mismos chistes?
GILA — Sí, pero más despacio. Para que los entendieran todos. (Sonríe.)
Y si tuviera que volver a la guerra... me llevaría un teléfono. Para llamar al enemigo y decirle:
“—Oye, ¿podemos dejarlo por hoy? Que tengo función esta noche.”
[Gran ovación. Las luces se apagan poco a poco.]

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