Martin Ford explica que la inteligencia artificial y los robots están alcanzando un nivel de capacidad que les permite realizar muchas tareas que antes considerábamos exclusivamente humanas, especialmente aquellas que siguen patrones, reglas o rutinas claras. Esto incluye una gran parte del trabajo de oficina: desde tareas administrativas hasta análisis de datos, atención al cliente o funciones contables. A diferencia de los robots industriales tradicionales, que se limitaban a trabajos físicos repetitivos, la nueva ola de automatización avanza hacia actividades cognitivas y de cuello blanco. Para Ford, esta es una transformación profunda porque afecta a empleos que antes se creían seguros frente a la tecnología.
Una de sus mayores preocupaciones es el impacto económico que podría tener esta sustitución masiva. Si millones de personas pierden sus trabajos o ven reducirse sus ingresos debido a la automatización, se debilita la capacidad de consumo. Y aunque las empresas pudieran producir más y más barato gracias a la robótica, terminarían enfrentándose a un mercado donde muchos no tienen dinero para comprar. Esto, dice Ford, podría generar una especie de círculo vicioso: menos ingresos llevan a menos demanda; menos demanda lleva a menos ventas; y eso aumenta aún más la presión para automatizar, agravando el desempleo. Por esa razón, propone que la sociedad debe empezar a pensar en mecanismos de compensación como la renta básica universal.
También habla del contraste cultural que existe entre Japón y Estados Unidos respecto a los robots. En Japón, la tecnología suele verse como un compañero o un ayudante. Las creencias sintoístas, donde se considera que incluso los objetos pueden tener un “espíritu”, han alimentado una visión de robots amigables y cercanos. Por eso no sorprende que los japoneses acepten sin problema mascotas robóticas como Aibo o robots de asistencia en el cuidado de ancianos. En cambio, en Estados Unidos predomina una narrativa muy distinta: allí la robótica y la IA suelen imaginarse como una amenaza. Hollywood ha construido durante décadas historias de máquinas que adquieren conciencia y se rebelan contra los humanos, como en Terminator, M3GAN o Matrix. Esta diferencia cultural influye en cómo se desarrollan y adoptan las tecnologías en cada país.
Ford también señala que los primeros robots verdaderamente “sociales” probablemente no serán cuerpos metálicos avanzados, sino inteligencias virtuales parecidas a las de la película Her: sistemas que existen principalmente como voces o programas capaces de conversar, acompañar emocionalmente y establecer vínculos con los usuarios. Con el tiempo, estas IA podrían integrarse en robots físicos, incluyendo robots de compañía y robots sexuales. Según él, la demanda por este tipo de compañía artificial aparecerá antes de que la tecnología robótica sea perfecta, porque la conexión emocional con un software puede resultar suficiente para muchas personas.
Por último, Ford insiste en una idea que sorprende a muchos: los trabajos más humildes, como limpiar baños o realizar tareas de mantenimiento básicas, no desaparecerán tan rápido. A pesar de su bajo prestigio social, son trabajos que requieren moverse en espacios impredecibles, manipular objetos distintos y resolver pequeños problemas sobre la marcha. Para un robot, estas tareas son muchísimo más difíciles y costosas de automatizar que, por ejemplo, procesar formularios, generar informes o analizar datos. Por eso, según Ford, es más probable que la tecnología reemplace primero a trabajos de oficina que a empleos físicos de baja cualificación.
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