Un estudio luminoso. Libros apilados, una grabadora encendida sobre la mesa. Simon Worrall, libreta en mano, mira con curiosidad al escritor Vybarr Cregan-Reid, que juguetea con sus gafas mientras sonríe con timidez.
SIMON WORRALL:
Antes de comenzar… debo preguntarlo. “Vybarr”. No es un nombre común. ¿De dónde viene?
VYBARR CREGAN-REID:
(ríe) Siempre me lo preguntan. Es una larga historia familiar hecha de migraciones, malentendidos y un toque de imaginación paterna. Mi padre quería un nombre que nadie más tuviera, algo que me obligara a cargar —o disfrutar— de cierta singularidad. Y vaya si lo logró. Crecí explicándolo en cada nuevo colegio, así que, de algún modo, entrenó mi habilidad para contar historias.
SIMON:
Un nombre creado para correr entre la multitud sin confundirse.
VYBARR:
Exactamente. Una evolución lingüística… como la evolución del propio cuerpo humano.
Sobre correr y la evolución
SIMON:
Hablemos de eso. Insistes en que correr está inscrito en nuestro ADN. ¿Qué ventajas nos dio la evolución?
VYBARR:
El cuerpo humano es un artefacto diseñado —o mejor dicho, moldeado por millones de años— para correr. Somos, literalmente, máquinas de fondo. Nuestra anatomía lo revela: tendones largos que almacenan energía como muelles, glúteos grandes que estabilizan la pelvis, arcos plantares que funcionan como resortes, la capacidad de disipar calor sudando en lugar de jadear. Y, por encima de todo, un cerebro capaz de planificar trayectorias largas y mantener el ritmo.
SIMON:
Pero seguimos sin ser tan rápidos como muchos animales.
VYBARR:
A velocidad, nos ganan todos: un perro, un caballo, incluso un gato doméstico. Pero que corran diez, veinte o cuarenta kilómetros bajo el sol sin detenerse… eso es otra cosa. El secreto humano está en la resistencia, no en la velocidad. Somos excelentes corredores de fondo porque podemos mantener un paso constante mientras otros animales se sobrecalientan.
Las ventajas de correr a dos piernas
SIMON:
¿Y qué nos aporta exactamente correr erguidos?
VYBARR:
Muchísimo. Correr sobre dos piernas reduce la superficie corporal expuesta al sol, ayuda a conservar energía y nos permite ver más lejos, algo crucial para la caza de persistencia: seguir a un animal hasta que su temperatura sube tanto que se rinde. Además, tener las manos libres mientras corríamos significó poder transportar agua, herramientas… incluso una presa pequeña. Nuestra postura bípeda es una innovación evolutiva que convirtió la distancia en una aliada.
El nacimiento del atletismo amateur
SIMON:
Pasemos a la historia cultural. ¿Cuándo aparece esto de correr por placer, como deporte?
VYBARR:
Sorprendentemente tarde. Durante la mayor parte de la historia, correr era supervivencia: escapar, perseguir, cazar, mensajear. El taletismo o atletismo no profesional surge hacia mediados del siglo XIX, en Inglaterra, con los clubes universitarios y las primeras competiciones amateurs. Antes de eso, cualquiera que corriera lo hacía por necesidad. Correr por el simple gusto de moverse —por salud, por reto personal— es casi un invento moderno.
La incomodidad de las cintas de correr
SIMON:
Lo curioso es que, en tu libro, cuentas que las cintas de correr te producen una sensación casi… inquietante.
VYBARR:
(ríe con un poco de vergüenza) Sí, totalmente. Me generan una especie de disonancia corporal. El paisaje no cambia, el suelo se mueve bajo uno, y el cuerpo siente que corre… sin correr hacia ningún lugar. Es como un simulacro de movimiento. Creo que nuestros cuerpos, por muy modernos que seamos, reconocen lo artificial.
Un origen penitenciario… y Oscar Wilde
SIMON:
Y lo más macabro: las cintas empezaron como castigo.
VYBARR:
Exacto. Las primeras treadmills eran enormes ruedas o plataformas que los prisioneros debían pisar durante horas, generando energía o moliendo grano. Un castigo monótono, agotador, y en absoluto metafórico: una tortura legalizada. Oscar Wilde sufrió una de ellas durante su encarcelamiento. Sus escritos sobre ese periodo son desgarradores; contó que destrozaban cuerpo y espíritu. Así que, cada vez que subo a una cinta moderna, no puedo evitar pensar en aquel origen penitenciario: una máquina creada para quebrar a la gente convertida hoy en símbolo de salud y bienestar. La ironía de la historia es contundente.
La grabadora emite un clic al detenerse. Simon sonríe satisfecho; Vybarr, con la mirada perdida por un instante, como si estuviera corriendo mentalmente por una llanura ancestral.
SIMON:
Quizá tu padre tenía razón con tu nombre. Vybarr suena a alguien que no deja de moverse.
VYBARR:
Tal vez. O quizá todos estamos destinados a correr un poco, aunque sea dentro de nosotros mismos.
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