martes, 9 de diciembre de 2025

Sombras en los rieles. Una dramatización sobre Andrei Chikatilo.


INT. OFICINA DEL SOVIET DE FERROCARRILES – TARDE GRIS Y NEVADA

El JEFE DEL SOVIET DE FERROCARRILES, un hombre robusto, de bigote rígido y gesto cansado, observa por la ventana cómo la ventisca se adueña del patio ferroviario. Golpea la mesa con frustración.

JEFE DEL SOVIET
(murmurando primero, luego alzando la voz)
Cada tres o cuatro meses… otra vez. Otro cuerpo, siempre cerca de las vías. Signos de violencia, heridas que no quieren explicar. Y la militsiya mirando hacia otro lado, como si la nieve pudiera taparlo todo.

Entra el CORONEL DEL KGB, impecable en su abrigo oscuro. Cierra la puerta con una suavidad que contrasta con el frío hostil del exterior.

CORONEL DEL KGB
Camarada, la Unión Soviética no es lugar para fantasías morbosas. Maniacos descontrolados… (se ríe con desdén) eso es cosa del mundo capitalista. En Estados Unidos quizá, donde reina el caos. Aquí, el Estado vela por cada ciudadano como un padre ejemplar.

JEFE DEL SOVIET
Con todo respeto, coronel, los cadáveres no son fantasía. La gente tiene miedo. Yo tengo miedo. Algo—alguien—está actuando en las sombras.

CORONEL DEL KGB
(endureciendo la mirada)
Le aconsejo concentrarse en los trenes, camarada. Los asuntos de seguridad no le competen. Y recuerde: en la Unión Soviética, el crimen no prolifera. No como en Occidente.

El jefe aprieta los labios. Sabe que la conversación está terminada.


VOZ EN OFF
Años más tarde, cuando Andrei Chikatilo fue finalmente detenido, la verdad se abrió paso entre informes ocultos y silencios obligados. El “Carnicero de Rostov” había actuado durante más de una década, moviéndose entre estaciones, bosques y descampados, cazando a quienes eran más vulnerables.

Su captura marcó el final de una inocencia ficticia, la ruptura del mito de un Estado impenetrable al mal. Porque, en los pliegues más oscuros de la Unión Soviética, un solo hombre había demostrado que incluso las estructuras más férreas podían no ver —o no querer ver— la presencia del horror absoluto.




EXT. ESTACIÓN SECUNDARIA – TARDE

La nieve cae con suavidad. El PADRE DE UNA DE LAS VÍCTIMAS, un hombre delgado, con manos endurecidas por el trabajo y ojos enrojecidos por noches sin sueño, espera junto a un tren oxidado. Lleva un gorro viejo apretado contra el frío y un papel arrugado en la mano: una fotografía.

El JEFE DEL SOVIET DE FERROCARRILES se acerca, reconociendo al hombre.

JEFE DEL SOVIET
Camarada Fiódorov… no esperaba verle hoy. Debería estar en casa, con su esposa.

PADRE
(sin apartar la mirada de las vías)
Mi casa ya no es un hogar. Mi hija… estaba aquí antes de desaparecer. En esta estación. Alguien la trajo de vuelta… pero no viva. Y nadie me dice nada. Nadie.

El jefe baja la mirada, incómodo.

JEFE DEL SOVIET
Hacemos lo que podemos. He presentado informes, advertencias… pero ya sabe cómo funciona.

El padre aprieta la fotografía con fuerza.

PADRE
Mi niña tenía quince años. Quince. Y me dicen que fue un accidente, o un asalto común. ¡Mentiras! No soy un ignorante. Sé que hay más casos. Sé que alguien anda suelto.

A lo lejos aparece el CORONEL DEL KGB, caminando con paso firme.

CORONEL DEL KGB
(con voz controlada)
Camarada Fiódorov. Lamento su pérdida. Pero debe evitar difundir rumores peligrosos. La Unión Soviética no alberga depredadores ni mentes enfermas. Eso es producto de la prensa amarilla en el extranjero.

PADRE
(temblando, de furia y tristeza)
Entonces, dígame usted qué mató a mi hija.

El coronel mantiene el rostro impenetrable, pero sus dedos se crispan ligeramente bajo los guantes.

CORONEL DEL KGB
Los detalles están clasificados. La investigación continúa. Le recomendamos confiar en las instituciones del Estado.

El padre da un paso atrás, con la amargura marcada en su voz.

PADRE
Confié en ustedes. Todos lo hicimos. Y mientras tanto, nuestras hijas desaparecen.
(mirando las vías)
Hay algo oscuro viajando entre estación y estación, coronel. Y ustedes no quieren verlo.

El coronel no responde. Solo ajusta su abrigo y se marcha.


VOZ EN OFF
Cuando Andrei Chikatilo fue detenido años más tarde, la magnitud de sus crímenes obligó al Estado a reconocer lo que tantos padres, madres y ferroviarios llevaban tiempo sospechando. La captura del asesino no borró el dolor, pero reveló la verdad: incluso en el sistema que pretendía haber desterrado el mal, un solo hombre pudo moverse durante años sin ser detenido.

Para muchos, especialmente para aquellos como Fiódorov, fue el final de una fe inquebrantable y el inicio de una herida que nunca terminó de cerrarse.





INT. PASILLO DEL TRIBUNAL OBLAST DE ROSTOV – DÍA NUBLADO

El edificio está abarrotado: periodistas, familiares, funcionarios desplazándose entre murmullos tensos. Las paredes grises y el olor a papel húmedo acentúan la pesadez del momento.

El PADRE FÍÓDOROV está allí, más envejecido, más encorvado, pero con una determinación férrea en los ojos. Su abrigo está gastado; entre sus manos sostiene la misma fotografía de su hija.

A pocos metros, apoyado en un bastón elegante, aparece el OFICIAL DEL KGB RETIRADO —el que en otro tiempo fue coronel— ahora con la espalda levemente encorvada, el rostro surcado por arrugas que antes no tenía. Escucha su nombre en voz baja, gira lentamente y reconoce a Fiódorov.

El aire entre ambos se congela.

FÍÓDOROV
(acercándose, con voz contenida)
Coronel… o lo que queda de ese título. Nunca pensé volver a verle.

EX-COLONEL DEL KGB
(frío, pero sin la autoridad de antaño)
Los tiempos cambian, camarada Fiódorov. Incluso para nosotros.

FÍÓDOROV
Para usted cambiaron cuando ya era demasiado tarde.

Un silencio áspero cae sobre ellos. Se escucha a lo lejos el arrastre de cadenas: trasladan a Chikatilo hacia la sala.

EX-COLONEL DEL KGB
(desviando la mirada)
No tengo nada que decir sobre ese… individuo.

FÍÓDOROV
Pues yo sí.
(respira hondo)
¿Sabe cuántos años pasaron desde que mi niña apareció junto a las vías… hasta que por fin detuvieron a ese hombre? ¿Cuántos padres y madres más tuvieron que enterrarlos? ¿Cuántos informes como el mío ignoraron?

El ex-coronel se mantiene inmóvil. No responde.

FÍÓDOROV
Usted me dijo que no había maniacos en la Unión Soviética. Que eran cuentos del capitalismo decadente.
(se acerca un paso más)
Pero el monstruo estaba aquí. Viajaba por nuestros bosques, nuestras estaciones. Y ustedes prefirieron preservar un mito antes que admitir la realidad.

El ex-coronel cierra los ojos un instante, como si el peso de esas palabras cayera directamente sobre sus hombros.

EX-COLONEL DEL KGB
(con voz cansada)
No entendería lo que se jugaba entonces. Había una imagen del país que proteger. Órdenes desde arriba. Limitaciones. Silencios obligados… No era tan simple.

FÍÓDOROV
(con amarga serenidad)
Para usted nunca fue simple. Para nosotros siempre fue insoportable.

Un fiscal pasa corriendo por el pasillo, anunciando que la sesión está a punto de reanudarse. El ex-coronel se arregla el abrigo con torpeza.

EX-COLONEL DEL KGB
La historia juzgará nuestras decisiones.

FÍÓDOROV
(mirándolo con firmeza)
La historia ya lo está haciendo. Y yo también.

El ex-coronel, incómodo, inicia su marcha. Pero Fiódorov lo detiene con un último comentario:

FÍÓDOROV
Usted no mató a mi hija. Pero la dejó sola cuando más necesitaba que el Estado la defendiera.

El ex-coronel se detiene, sin darse la vuelta. Su bastón tiembla apenas. Luego sigue caminando, perdiéndose entre los pasillos del tribunal.


VOZ EN OFF
En aquel juicio no solo se sentaba un hombre acusado de atrocidades inimaginables. También se enfrentaban, silenciosamente, el sistema que había negado la posibilidad del mal y aquellos que habían sufrido sus consecuencias. Para algunos, como Fiódorov, no hubo victoria, solo la tenue sensación de que por fin se había dicho la verdad.




INT. SALA INTERROGATORIA SUBTERRÁNEA – LUBIANKA – NOCHE

Una bombilla solitaria parpadea en lo alto. El aire es denso, cargado de humedad y del olor metálico de los sótanos. Una mesa de hierro, dos sillas, una sombra perpetua en cada esquina.

CHIKATILO está sentado, encorvado. No hay sangre visible, pero su rostro revela el agotamiento y los signos inequívocos de haber sido maltratado en sesiones previas. Su respiración es difícil, irregular.
Junto a la pared, un subordinado de Fiódorov —IVÁNOV, joven, nervioso— vigila en silencio.

Entra FÍÓDOROV, ya transformado por los acontecimientos. Su rostro es una mezcla de rabia, duelo y una determinación sombría.

Cierra la puerta.

FÍÓDOROV
(sereno, sin elevar la voz)
Andrei Románovich Chikatilo. Ha llegado el momento de hablar… y esta vez sin mentiras.

Chikatilo levanta la cabeza lentamente, como si cada centímetro pesara una tonelada.

CHIKATILO
(tembloroso)
¿Para qué? Ya me han golpeado bastante. Ya han oído todo lo que querían.
(esboza una sonrisa rota)
¿O quieren oírlo otra vez… para convencerse de que no fue culpa mía?

Ivánov arquea una ceja, confundido.

IVÁNOV
¿Culpa de quién, entonces?

Chikatilo lo mira con una mezcla desconcertante de miedo y arrogancia ahogada.

CHIKATILO
Del hambre.
Del frío.
Del Holodomor.
(se toca la sien, crispado)
¿Ha pasado usted semanas sin comida? ¿Ha visto a su familia enloquecer de miedo? ¿Ha crecido escuchando historias de hermanos devorados por la desesperación?
(ríe, amarga y febrilmente)
Todo estaba roto en mí antes de que yo naciera.

Fiódorov se inclina hacia él, pero sin tocarlo.

FÍÓDOROV
El hambre no mató a mi hija. Tampoco la impotencia. Tampoco los insultos de sus alumnos.
Usted lo hizo.

Chikatilo aparta la mirada, como un niño atrapado en su propia mentira.

CHIKATILO
La gente… empujaba. Me humillaban.
Mi madre…
(susurra, como si recordara una sombra)
Ella tampoco me quería.

Ivánov da un paso adelante, indignado pero reprimido.

IVÁNOV
Y por eso atacaba a adolescentes. A niños. A mujeres indefensas.
¿Eso es lo que pretende decirnos?

CHIKATILO
No lo entienden. Nadie lo entiende.
Yo… yo no podía… no podía ser un hombre normal.
Intenté… intenté controlarlo.

Fiódorov respira hondo. Tiene los nudillos blancos de apretar los puños, pero no los levanta.

FÍÓDOROV
No está aquí para ofrecernos poesía ni miserias personales.
Está aquí porque treinta y tantas familias esperan saber qué pasará ahora.

Chikatilo alza los ojos, súbitamente inquieto.

CHIKATILO
(en un murmullo)
Entonces… ¿qué va a ser de mí?

Fiódorov se gira ligeramente, como para incluir a Ivánov en la respuesta.

FÍÓDOROV
Eso no lo decido yo.
El tribunal ya ha escuchado sus confesiones.
El país entero sabe quién es usted al fin… aunque muchos no quieran admitir que alguien así pudo existir entre nosotros.

Chikatilo traga saliva. Sus manos tiemblan.

CHIKATILO
¿Me… me ejecutarán?

Un silencio pesado se instala. La bombilla parpadea otra vez. Fiódorov lo observa con una calma que bordea el hielo.

FÍÓDOROV
No vine aquí para darle esperanzas ni para quitárselas.
Vine para asegurarme de que por lo menos una vez en su vida, dice la verdad.

Ivánov mira al detenido con asco y lástima entremezclados.

IVÁNOV
Y para que entienda que nada —ni el hambre, ni su madre, ni su enfermedad—
puede borrar lo que ha hecho.

Chikatilo baja la cabeza, hundiéndose de nuevo en sí mismo, más pequeño que nunca.

Fiódorov da un paso atrás y se dirige a la puerta. Antes de salir, se detiene.

FÍÓDOROV
(sin volverse)
Lo que ocurra después… será responsabilidad del Estado.
Lo que ocurrió antes… solo suya.

Sale. Ivánov lo sigue. La puerta se cierra con un eco grave que resuena en los pasillos subterráneos.

Chikatilo queda solo en la penumbra.




INT. SALA DE REUNIONES DEL KREMLIN – TARDE INVERNAL

Una mesa larga, lacada, domina la estancia. En un extremo, un grupo de PADRES DE VÍCTIMAS aguarda en silencio. Sus rostros muestran agotamiento y una dignidad sombría. Muchos mantienen fotografías entre las manos; otros miran al vacío, como si aún no hubieran despertado de una pesadilla demasiado larga.

La puerta se abre. Entran MIKHAIL GORBACHOV y BORIS YELTSIN, ambos con semblantes cargados por la gravedad del momento. Dos escoltas se quedan fuera.

Gorbachov hace un gesto suave, casi paternal, invitando a los padres a sentarse mejor.

GORBACHOV
Lamentamos profundamente que estas reuniones hayan tenido que darse bajo circunstancias tan dolorosas. La ejecución de Chikatilo no devuelve lo perdido. Lo sabemos.

Los padres asienten, algunos con expresión contenida, otros sin poder ocultar el temblor en el labio.

PADRE 1
(con voz baja)
Queremos entender… ¿cómo pudo pasar tanto tiempo? ¿Por qué nadie escuchó cuando empezamos a suplicar explicaciones?

Un silencio denso flota en la sala. Yeltsin cruza los brazos y respira hondo.

YELTSIN
La verdad es que no era el único caso. Hubo otros crímenes —crímenes graves— que nunca se investigaron adecuadamente.
(mira de reojo a Gorbachov)
Se priorizó la imagen del Estado. Se decidió mirar hacia otro lado. Muchos informes se archivaron. Otros… desaparecieron.

Los padres intercambian miradas. Hay rabia contenida, y también una amarga confirmación de lo que siempre sospecharon.

MADRE 1
¿Entonces… sabían? ¿Sabían que había otros… otros hombres así?

GORBACHOV
(con tono grave)
Algunos en los niveles intermedios sí. Otros temían admitirlo porque contradecía la narrativa oficial.
(pausa)
Las grietas del sistema eran profundas, y ahora las estamos viendo todas al mismo tiempo.

Yeltsin se adelanta un poco, apoyando los nudillos sobre la mesa.

YELTSIN
Pero esto es la Federación Rusa ahora.
Y en esta nueva etapa, la justicia no se descuidará jamás. No importa quién sea, ni qué consecuencia política pueda traer.
(mirando a cada padre)
Ustedes merecen algo más que palabras.

Los padres guardan silencio. Sienten que se aproxima algo importante.

YELTSIN
El Estado ruso está preparado para ofrecer… cierta compensación. Una reparación material por los errores del pasado. No sustituye la verdad, ni el duelo, pero es un paso necesario.

Los padres bajan la vista. Algunos aprietan la fotografía de sus hijos. La habitación queda en una quietud pesada, que habla de resignación, de cansancio y de un dolor que no encuentra respuesta.

Gorbachov observa a Yeltsin, frunciendo el ceño. Luego, sin perder la compostura, le da un discreto pero doloroso codazo en las costillas, como reprochándole haber introducido el tema del dinero demasiado pronto.

GORBACHOV
(en voz baja, molesta)
No es momento de cifras, Borís Nikoláievich.

Yeltsin apenas contiene un gesto de molestia.

Los mandatarios se levantan. La reunión está llegando a su fin.

GORBACHOV
Continuaremos este diálogo. Lo prometo.
Lo que ocurrió durante tantos años no volverá a repetirse.

YELTSIN
(mientras se pone el abrigo)
El sistema viejo permitió monstruos porque se negó a verlos.
El nuevo… no se permitirá cerrar los ojos.

Los padres no responden. Algunos lloran en silencio; otros permanecen inmóviles, como estatuas derrumbadas.

Gorbachov y Yeltsin se dirigen a la puerta. Sus figuras se alejan, envueltas en la penumbra del pasillo.

La puerta se cierra detrás de ellos.




EPÍLOGO HISTÓRICO–POLÍTICO

VOZ EN OFF / NARRADOR

Tras la ejecución de Andrei Chikatilo en 1994, la Federación Rusa se enfrentó a un espejo que hasta entonces había evitado mirar: la existencia de individuos capaces de transgredir todos los límites morales y legales, incluso bajo un sistema que había presumido durante décadas de haber erradicado ese tipo de crímenes mediante la vigilancia ideológica.

El caso sacudió conciencias dentro y fuera del país. Para muchos ciudadanos, fue la ruptura definitiva con la noción soviética de que los “maniacos”, los psicópatas y los depredadores sexuales eran producto exclusivo de sociedades corruptas ajenas a la suya. Aquella ficción se había sostenido mediante el silencio, la burocracia y el miedo a admitir fallos estructurales.

Con la llegada de la Federación Rusa, las autoridades se vieron obligadas a reconstruir no solo instituciones policiales y judiciales, sino también la confianza pública. En los años posteriores, se implementaron cambios significativos:

  • Se reforzó la formación criminológica, incorporando perfiles psicológicos modernos y estudios comparados con otros países.

  • Se crearon unidades especializadas para la investigación de delitos violentos y de carácter sexual, un concepto que había sido minimizado o evitado durante la era soviética.

  • Se introdujeron registros y bases de datos nacionales que no habían existido antes, permitiendo vincular casos entre regiones que antes operaban casi aisladas.

  • La prensa dejó de ser un mero instrumento del Estado, permitiendo que la población estuviera informada sobre riesgos, patrones delictivos y avances en las investigaciones.

Sin embargo, la transición no fue lineal. La Rusia de los años noventa enfrentó un aumento general de la criminalidad producto del colapso económico y del desorden institucional. En ese contexto, algunos crímenes graves volvieron a emerger como heridas abiertas. Pero a diferencia de épocas anteriores, ya no podían ocultarse tras el velo de la propaganda.

La noción pública del “maniaco” —antes un enemigo ideológico construido desde fuera— se transformó en un problema real, interno y humano, que requería ciencia, reformas legales y vigilancia civil, no discursos políticos.

El legado del caso Chikatilo, por perturbador que fuese, empujó al país a repensar su sistema de justicia penal. También estimuló debates sobre salud mental, violencia doméstica, educación sexual y protección del menor, debates que habían sido tabú durante generaciones.

Hoy, a pesar de tensiones políticas y contradicciones internas, la Federación Rusa reconoce oficialmente lo que durante mucho tiempo se negó a admitir:
que la seguridad de una sociedad no se garantiza cerrando los ojos al mal, sino enfrentándolo con transparencia, instituciones sólidas y la voluntad de aprender incluso de sus capítulos más oscuros.


Si quieres, puedo añadir un epílogo más literario, un análisis comparativo con otros países, o incluso un cierre centrado en la figura de Fiódorov y los demás padres. ¿Quieres ampliar algo?

Tú dijiste:
Cierre centrado en Fiodorov y los demás padres. Algunos reconocen que habían descuidado la atención a sus hijos, hablan de fugas de casa o de expulsiones del hogar. Culpabilidad compartida por no saber proteger ni educar a sus hijos más allá de las consignas.
ChatGPT Plus

Aquí tienes un cierre dramático y reflexivo centrado en Fiódorov y los demás padres, pero escrito con el debido cuidado: no se culpa a las víctimas, sino que se muestra el sentimiento íntimo —y muchas veces injusto— de culpa que cargan los padres tras una tragedia así.


CIERRE – FÍODOROV Y LOS PADRES

EXT. PLAZOLETA FRENTE AL KREMLIN – ATARDECER

La nieve cae despacio, como si quisiera amortiguar el ruido del tráfico lejano. Los padres han salido ya de la reunión oficial. Se detienen bajo un arco de luz amarillenta. Nadie habla al principio: es un silencio hecho de cansancio, de años de lucha interior.

Fiódorov, con el abrigo abrochado hasta el cuello, rompe el silencio.

FÍODOROV
(mirando al suelo)
Durante mucho tiempo pensé que todo fue culpa del Estado. De sus mentiras. De sus silencios.
Pero… también me pregunto si yo podría haber visto antes que algo no iba bien.

Los demás padres lo miran sin reproche, sin contradicción. Es un pensamiento que la mayoría ha tenido alguna vez, aunque duela.

MADRE 2
A mi hijo…
(suspira)
A veces no lo escuchaba. Venía con problemas de la escuela, con discusiones en casa, y yo… pensaba que era normal. “Aguanta”, le decía. “Sé fuerte”.
Era lo único que sabíamos decir.

PADRE 3
El mío se fugó dos veces. No fue culpa suya, era solo un niño.
(la voz se quiebra)
Pero yo lo expulsé una vez… por una tontería. Le grité.
Eso no debería haber pasado.

Fiódorov levanta la vista. Su respiración forma nubes en el aire frío.

FÍODOROV
Nadie nos enseñó a cuidar de ellos.
Nos enseñaron a repetir consignas, a trabajar sin descanso, a obedecer… pero no a escuchar.
Nunca a escuchar.

Los padres asienten. Son palabras duras, pero verdaderas en el contexto de sus vidas: un sistema que había llenado cada rincón del día, dejando poco espacio para la intimidad, para la vulnerabilidad, para la atención profunda.

MADRE 1
(con lágrimas contenidas)
Siempre pensé que si cumplía con lo que se esperaba de mí… si seguía las normas… mis hijos estarían seguros.
Y ahora sé que nadie estaba protegido. Ni ellos… ni nosotros.

Fiódorov aprieta la fotografía de su hija, pero esta vez no con rabia, sino con una especie de ternura dolorosa.

FÍODOROV
Cometimos errores, sí… Pero ninguno de nosotros imaginó que existiría alguien como él.
Y ahora lo único que podemos hacer es recordarles con verdad.
Y enseñar a los que vienen detrás que la seguridad empieza… aquí.
(se toca el pecho)
En mirar. En escuchar.
En no dejar nunca que el miedo o la disciplina cieguen el amor.

Los padres guardan un largo silencio. No es un silencio de derrota, sino de una lucidez triste, nueva. La primera claridad que sienten en años.

Finalmente, uno de ellos —un padre que hasta entonces no había dicho palabra— murmura:

PADRE 4
Tal vez… nuestra responsabilidad ahora sea otra. Contar lo que no vimos. Para que otros lo vean a tiempo.

Fiódorov asiente. La nieve sigue cayendo.

En la distancia, las luces del Kremlin parpadean. La ciudad continúa su vida, indiferente y eterna. Pero para ese grupo de padres, algo se ha transformado: la comprensión de que su dolor puede servir, aunque sea mínimamente, para proteger a otros.

Caminan juntos hacia la salida de la plaza. No hay heroísmo en sus pasos, pero sí una dignidad que nace del reconocimiento, de la culpa compartida… y, por primera vez, de la voluntad de que la memoria no sea solo un lamento, sino una advertencia.

La nieve borra sus huellas a medida que avanzan.

FIN


 

EPÍLOGO: LA VOZ DE UNA SUPERVIVIENTE

Años después, cuando el país ya había cambiado y los archivos comenzaban a abrirse lentamente, apareció el testimonio de una mujer que había sobrevivido a un ataque y que, en su juventud, nunca regresó a casa. Durante mucho tiempo se creyó que había muerto o desaparecido sin rastro. Su historia no se conocía porque ella había optado por el silencio.

Su declaración, escrita con mano temblorosa, decía:

“No volví a mi hogar porque tenía miedo. Miedo de que mis padres no me creyeran. Miedo de que la policía dijera que era mi culpa. Miedo de los ferroviarios que repetían que en nuestro país no existían esos hombres.
Crecí durante años escuchando que el Estado lo veía todo, que lo podía todo, que nos protegía de todo. Cuando descubrí que no era así, me quedé sola. Me escondí porque pensé que nadie quería oír la verdad.
Ahora escribo esto para que sepan que no fue por falta de amor a mis padres.
Fue por miedo a su incredulidad, a su vergüenza, a su dolor.
Y porque yo misma tardé años en comprender que lo que me ocurrió no era un crimen contra el Estado, sino contra mí.
Que mi vida valía más que el silencio.”

Su testimonio se convirtió en un recordatorio de que la lucha contra los agresores no es solo policial o jurídica, sino también social, emocional y educativa. Y que la verdadera justicia no solo castiga al culpable, sino que aprende a escuchar —de verdad— a quienes más necesitan ser escuchados.

FIN

Imágenes de la película Citizen X, una producción rusa sobre este asesino en serie que devoraba los genitales de sus víctimas a mordiscos mientras todavía seguían vivas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Sombras en los rieles. Una dramatización sobre Andrei Chikatilo.

INT. OFICINA DEL SOVIET DE FERROCARRILES – TARDE GRIS Y NEVADA El JEFE DEL SOVIET DE FERROCARRILES , un hombre robusto, de bigote rígido y ...