El juez Sepherd mira al fulano que le han traído, un buen día de 1787. No es que Mathew Everingham haya robado unos libros suyos. Es que no comprende la excusa que le da: "Allá fuera no hay trabajo pero sí hambre".
Gran Bretaña ha empezado la Primera Revolución Industrial en 1760, con la construcción de la primera fábrica del mundo, una factoría de pudelado. Las nuevas fábricas exigen que el campesino vaya a la ciudad y produzca bienes que su sueldo no puede pagar.
Las condiciones de trabajo se traducen en problemas de alcohol, desempleo crónico (aunque los legisladores dicen que es falta de voluntad), caza furtiva, prostitución de mujeres que se quedan viudas o no encuentran un empleo a tiempo, etc... Los ciudadanos ricos están escandalizados. ¿Qué les acurre a estas personas? Y lo más importante, ¿cómo pueden defenderse de ellas? Así que recurren a las medidas draconianas.
Si robas, matas animales en una propiedad que no es tuya, talas árboles de otros o matas, vas a la horca. Cuando en 1786, dos hermanos de 7 y 11 años son ahorcados por caza furtiva, la prensa habla de ello, pero no en tono de condena.
La policía llegará a Inglaterra en 1820. Hasta entonces el capitán Bligh, superviviente de un motín y apedreado por la prensa, sugiere a su regreso a Londres que se use Botany Bay, un fondeadero australiano descubierto por el capitán Cook, su mentor, como colonia penal. El lugar elegido, dado que Botany Bay resulta ser una mala opción para lo pretendido, es el actual Sidney, en Nueva Gales del Sur.
Entre 1787 y 1868, 160.000 presos por delitos menores harán el viaje a Australia, a veces no tratados mucho mejor que los esclavos negros, cuya trata se persigue desde 1808, tras la llegada de las desmontadoras Jenny a las fábricas textiles.
Everingham se escriba con el juez Shepherd, para ilustrarle del lugar donde la ha enviado. Trabajo duro. De acuerdo, pero la vida en Inglaterra tampoco es fácil. Castigos: 25 azotes por mentir a un guardia o por emborracharse. Ya no hablamos de peleas a puñetazos o de robo de material.
Al cabo de 7 años se cumple la condena y el colono australiano puede elegir entre regresar a Gran Bretaña o quedarse a trabajar como granjero en la colonia. Pagando a unos funcionarios corruptos puede contratar como peones a otros reclusos.
El 20 por ciento de los penados son mujeres. Las condenas son por robo o por embriaguez pública. Los vigilantes y los funcionarios entienden que son prostitutas, pero las meretrices inglesas no son enviadas a Australia. Muchas de estas desgraciadas serán obligadas a mantener relaciones no consentidas con los guardianes o con presos más fuertes a cambio de raciones o para evitar castigos.
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