"Hijo mío muy amado, entende que esta casa donde has nacido no es tu casa, solo es el nido de un pájaro que ha de volar. Porque eres soldado y sirviente... Tu oficio es dar de beber al Sol con la sangre de los enemigos"
Con estas palabras dignas de un guerrero espartano, las comadronas aztecas recibían a los recién nacidos varones. Los mexicas entendían que el parto era una batalla librada por las mujeres, donde se derramaba sangre, y la vida de las madres corría un peligro muy real. Las niñas recibían este saludo:
"Habéis venido a un lugar de cansancios, trabajos y congojas"
El cordón umblical de las chicas era enterrado bajo las cenizas del hogar, pues su destino era que no lo abandonaran.
A partir de los 8 o los 10 años, a los niños desobedientes se les podian clavar espinas de magüey, una especia de cactus, golpearlos con una vara o hacerles aspirar el humo de chiles asados.
Los adultos jóvenes podían ser lapidados por emborracharse o robar. Eran condenados a muerte, sin distinción de sexo o edad, por tener relaciones sexuales fuera del matrimonio. El adulterio se castigaba con la muerte. Un sacerdote aplastaba la cabeza de la pareja infractora con una pesada piedra. Los cuerpos eran abandonados para que los devoraran las alimañas.
Los ancianos, de los que no se esperaba ningún deber cívico, podían embriagarse, a partir de los 52 años. A esta edad ya no se esperaba que se hicieran tareas laborales de ningún tipo
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