Morten Storm no parecía llamado a hacer grandes cosas. Su padre era un alcohólico y se desentendió de la familia cuando Morten tenía ocho años. Su madrel o sustituyó por un padrastro con el que tuvo una relación muy mala. Mal estudiante, lo expulsaron de cinco colegios de Dinamarca. Y a los 13 años cometió su primer asalto a mano armada.
Su vida cambió poco después, cuando leyó en una librería pública, sin pagarlo previamente, el Corán. Salió transformado después de semejante lectura. "Podía haber elegido un libro sobre budismo o sobre hinduísmo, pero supungo que me decanté por la religión musulmana porque muchos de mis amigos lo eran", declara Morten.
Al principio, nuestro protagonista creía que todos los creyentes monoteístas eran parte de una misma cosa, pero su Seikh salafista de Yemen, Muqbil, le enseñó a odiar a otros musulmanes de otros credos islámicos y por supuesto, a los occidentales.
"Cuando Bin Laden organizó el atentado contra las Torres Gemelas muchos de nosotros no comprendíamos por qué se atacaba a civiles inocentes. Éramos muy ingenuos entonces. Pero unas semanas después escuchamos decir a George Bush, un neoliberal, si no estás con nosotros, estás contra nosotros. Así que aceptar la muerte o la mutilación de civiles en nuevas acciones se volvió más fácil. Nunca fuímos más fuertes que tras el discurso de Bush".
"En el Corán estás predestinado al cielo o al infierno, no importan las buenas o las malas acciones que hayas podido hacer durante la vida. Yo me estaba preparando para hacer la jihad en Somalia, cuando uno de mis compañeros me llamó y me dijo que las autoridades habían tomado nuestro aeródromo. Si iba pasaría el resto de mi vida en una celda. Eso fue un mazazo. Si la jihad era buena, y todo estaba predestinado, parecía que el propio Alá no quisiera su propia victoria".
Morten visitó muchos sitios web sobre las contradicciones del Corán y se encontró con que eran enormes. Si declaraba sus dudas a sus amigos lo rechazarían. Si las confiaba a sus superiores en la red terrorista lo ejecutarían por apostasia.
Por aquella época Morten Storm contactó con los servicios de inteligencia daneses, el PET. Estos lo pusieron al habla con la CIA y el MI 15.
La primera misión era acercarse a un alto cargo de Al Qaeda importante, el Sheik Anwar Al Awlaki. Este quería casarse con una conversa occidental, a ser posible rubia. Algún día un científico tendrá que determinar por qué los pueblos de Oriente Medio sienten tanta atracción por las rubias.
La CIA comunicó a Mortensen que habría una prima de 250.000 dólares si la mujer que se ofreció como esposa de Awlaki, la croata Irena Horak, alias Aminah, cruzaba las fronteras con su pasaporte. Pero cuando ella llegó a Yemen los hombres de Awlaki le dijeron a Aminah que renunciase a su maleta, en la que la CIA había instalado un localizador, y llevase en dos bolsas de plástico todo lo que necesitase. Los agentes de la CIA estaban furiosos con Morten Storm.
Tras seis meses sin mantener contacto, con él los servicios secretos daneses le comunicaron a Storm que la CIA había perdido el rastro de nuevo a Awlaki. Morten Storm contactó con el cuerpo de seguridad del Seikh salafista. En una de las conversaciones con Awlaki este le pidió a Morten que averiguara qué sabía acerca de sus planes para fabricar armas de destrucción masiva el New York Times. Morten le envió la información dentro de un USB en el que los técnicos de la CIA habían colocado un localizador.
Tres semanas después un dron del ejército estadounidense volaba por los aires el escondite de Awlaki, con Awlaki dentro. La CIA negó que el golpe contra Al Qaeda se hubiera producido gracias al USB de Storm y le negaron una prima de 5 millones de dólares.
Este se cabreó. Se lo tomó tan a pecho que reunió todas las pruebas que encontró de su intervención en el asunto y se entrevistó con un periorista danés, Carsten Christiansen. Tuvo que haberse conformado con la satisfacción del deber cumplido. Ahora Al Qaeda ha puesto precio a su cabeza y los servicios de inteligencia norteamericanos están barajando la posibilidad de liquidarle para silenciarlo.
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