En el asedio de Leningrado, de cuyo inicio se cmplen 75 años, fallecieron 1,2 millones de civiles, casi todos víctimas del hambre y del frío.
Diciembre de 1941. En el mercado, un piano de cola se cambia por unos mendrugos de pan duro. Los termómetros han descendido hasta los - 40 º C. Las aurtoridades soviéticas han fijado nuevos límites a las cartillas de racionamiento: a una insignificante cantidas de carne y grasa de perro o de rata se sumen 300 gramos de un pan verdoso por el moho hecho con una harina adulterada con serrín para los obreros, 250 para los administrativos y 125 para los niños y el resto de la población.
Insectos, ratas y gusanos forman parte de la dieta; la cola del papel pintado se usa para hacer sopa y la brillantina sustituye en la sarten a la manteca.
Hace tres meses que los alemanes están cercando la ciudad y sus habitantes no sospechan que les quedan casi 800 días en el infierno. La historiografía soviética habla de 600.000 muertos entre la población civil. La documentación que salió a la luz tras la caida de la U.R.S.S. obliga a elevar esa cifra hasta los 1,2 millones de muertes.
El ejército nazi entró en la U.R.S.S el 22 de junio de 1941, menos de dos años después del Pacto de No Agresión firmado por los sendos ministros de Relaciones Exteriores, Ribbentropp y Molotov. Las primeras bombas cayeron sobre Leningrado el 1 de septiembre y el cerco se cerró el 8 del mismo mes.
Una serie de malas decisiones tácticas de los oficiales soviéticos permitió que se cerrara el cerco sobre una ciudad donde se concentraban importantes empresas de armamento. Hitler dio una orden a sus generales: no debía quedar piedra sobre piedra de la ciudad. Los alemanes no siquiera debían aceptar la capitulación. Así que el Ejército alemán cortó carreteras, vías ferreas y pasos marítimos. Los bombarderos destruyen los almacenes Badáyev, donde se guardaba una gran cantidad de azúcar, harina, legumbres y conservas, y se puso a esperar a que el frío y el hambre ahorraran trabajo a los piquetes de ejecución.
La calefacción y el agua corriente fueron lo primero que falló. Algunos piquetes entraron en las bibliotecas para llevarse algunos libros con los que encender la estufa, cuando todos los árboles de los parques públicos fueron talados y convertidos en astillas. Algunos bibliotecarios establecieron, con gran riesgo de sus vidas, un sistema de préstamos de libros clandestino.
El azúcar quemado entre las ruinas de los almacenes Badayev se caramelizó por lo que los Guardias Rojos acordonaron la zona para evitar la intrusión de los saqueadores de última hora. Los animales domésticos se convirtieron en comida.
Y aparecieron los caníbales. Uno de los trucos recurrentes de estos criminales - que no merecen otro nombre - era el de vender una sola bota en el mercado negro. Cuando el comprador se interesaba por la otra, el canibal decía que lo mejor era que lo acompañase a su apartamento, donde le esperaban sus complices, que sujetaban y mataban al desprevenido. Lo Guardias Rojos y los piquetes solían fusilar a estos "malos soviéticos" cuando eran sorprendidos vendiendo carne humana o destazándola. 1400 antropófagos fueron arrestados y 300 fueron alcanzados por las balas cuando presentaron resistencia o intentaron huir.
Cuando una familia sabía que uno de los suyos estaba enfermo de gravedad dejaban de alimentarlo. Una boca menos de la que preocuparse. Hubo familias que dejaban morir a los niños pequeños para que los mayores pudieran aguantar. De todas maneras, los adultos debían conservar la vida a cualquier precio, porque ningún menor de edad sobreviviría si morían los padres.
Los muertos eran envueltos en una sábana y bajados a la acera, ya que era imposible enterrarlos. Los traficantes de carne humana los recogían en un carro antes de que se congelaran o las patrullas de la Guardia Roja realizasen sus rondas, para poder trocearlos a tiempo.
Los ancianos eran asaltados para robarles sus raciones o sus cartillas de racionamiento. Las mujeres que portaban carbón por parte del Partido Comunista se exponían a ser degolladas por un espontáneo desesperado.
Los encargados de la Propaganda hacían su guerra particular. Pasaban a los alemanes grabaciones de fábricas a toda actividad y de tranvías llevando gente. Los alemanes habían colado agentes en la ciudad y sabían que esto no era cierto. Así que los hombres pagados por Goebbles cocinaban a la vista pero fuera del alcance de las balas del ejército sovietico.
Un año tras la batalla de Stalingrado los rusos liberaron la ciudad. Stalin desconfiaba del aire europeo de Leningrado y decidió castigarla con una falsa y calculada desidia hacia la ciudad que vio nacer el régimen que lo hizo poderoso.
Paradojicamente, a medica que la gente fue muriendo, fue más fácil proteger la ciudad y mantener alimentados a sus habitantes. Los niños de pecho sobrevivían a las primeras semanas con mayor frecuencia. Las raciones aumentaron. Y Stalin empezó a preocuparse por lo que le pasase a la ciudad del Neva.
El llamado Camino de la Vida permitió evacuar a los residentes, si aceptaban el riesgo de morir alcanzados por una bala alemana, e introducir alimentos y medicinas en la ciudad.
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