miércoles, 26 de septiembre de 2018

El Barón Rojo.

Manfred Von Ritchthofen derribó 80 aviones durante la Primera Guerra Mundial y se convirtió en un mito. Aristócrata, ególatra y acomplejado, recordamos las luces y sombras a los 100 años de la muerte del Barón Rojo.

1916. Primera Guerra Mundial. Mientras los soldados de infantería se ahogaban en sangre y lodo en una guerra de trincheras muy mecanizada en la que el soldado de a pie poco o nada tenía que hacer, en los cielos todavía se combatía según unos códigos caballerescos. Ese año un joven ex oficial de caballería derribaba si décima aparato aliado y pasaba a formar parte de las listas de ases.

En 1915 las ametralladoras y las alambradas habían acabado con el romanticismo de la guerra, si alguna vez existió tal cosa. Von Ritchthofen es un oficial de caballería que carga con una lanza contra un destacamento francés de soldados de infentería armado con fusiles de repetición. Perdió 19 hombres antes de poder acercarse a los soldados franceses lo suficientemente como plantearse empalarlos con las lanzas.

Desechadas todas las acciones de la caballería, Ritchthofen fue trasladado a un almacén de Intendencia. Contaba calcetones y cantimploras. En un puesto así no se ganaba la Blauer Max. La acción estaba en el frente, y no en esa nave industrial.

Hasta que un día ve pasar sobre su cabeza una escuadrilla de aviones camino del frente. La aviación existía como tal desde hacía poco más de 10 años. Y los aeródromos eran un ambiente adecuado para un joven procedente de la aristocracia puesto que muchos de ellos habían probado esas ruidosas máquinas frente a las que un caballo poco o nada tenía que ofrecer.

El joven Manfred voló promero como observador sobre las líneas rusas del frente occidental mientras intentaba que no se le cayera al suelo la cámara con la que fotografiaba las posiciones enemigas. Su cometido principal era detectar los blancos y enseñárselos a la artillería.

En diciembre de 1915 obtiene el título de piloto y es enviado a patrullar los cielos de Verdún en un flamante Fokker Dr I. Sus inicios como piloto no fueron prometedores porque dañó dos aparatos en el momento de tomar tierra con ellos. Como castigo sus oficiales lo enviaron eal frente ruso, donde su principal cometido era ametrallar desde el aire a las masas de soldados rusos que avanzaban en masa hacia las posiciones alemanas. Lo hizo con tanto entusiasmo y éxito, que pronto fue premiado con una plaza en la Academia del Aire de Oswald Boelcke, en el frente occidental.

Las victorias no se ganaban facilmente en el aire. No solo debías derribar el otro aparato sino que varios testigos debían confirlmarlo a tus superiores. El 17 de septiembre de 1916 derribó un aparato de observación británico. Hizo una estupidez. Aterrizó cerca de las líneas aliadas, se bajó del avión y solo se detuvo en tierra, al alcance de las balas aliadas, el tiempo suficiente como para arrancar la ametralladora del avión derribado. Trofeo de caza.

Los corresponsales de guerra y los propagandistas alemanes empezaron a dedicar sus tiempo y su tinta en hablar del jovn as del aire. Quizá para compensar su pequeña estatura, posaba altivo, con las piernas abiertas. Y nunca, jamás de los jamases, se dejó fotografiar antes de salir de patrulla. Los pilotos de esa época decían que el lerdo que lo permitía era derribado poco después.

En 1916 Boelcke tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia en el que se golpeó la cabeza mortalmente. Richthofen se hizo cargo de su escuadrilla. Pronto superaría los 40 derribos de su maestro.

Los manuales aconsejaban a los pilotos pintar sus aviones de colores apagados para que pudiesen mimetizarse con el suelo de los aeródromos o gris para pasar desapercibidos desde tierra, Manfred pintó su aparato de rojo chillón. Cos esto todos sus enemigos lo verían y no podría evitar los combates. Invitó a todos sus subordinados a hacer lo mismo. Pronto su escuadrilla fue conocida como el Circo Volante. Los aliados decían que su avión Fokker Dr I estaba pilotado por una mujer, porque solo una fémina podía ser tan frívola con una decisión que podía costarle la vida.

En julio de 1917, una bala le rozó la sien. Poco después de perder el conocimiento logró aterrizar en un palmo de tierra tras las líneas alemanas. Conmoción periodística.!Manfred Von Ritchthofen derribado! Una furgoneta no bastó para trasladar a la mansión familiar la carretada de cartas que recibió el convaleciente. Esto halagaba su éxito, pero las jaquecas hicieron pensar por primera vez a Richthofen que la guerra no era un deporte de riesgo. Se volvió más callado y melancólico.

De vuelta en el frente, declaró que aunque fuera el as máximo con 57 derribos, quería superar los 100. Boelcke había escrito un manual de combate aéreo que prohibía volar bajo sobre territorio enemigo. Ritchthofen olvidó esa precaución mientras perseguía a un piloto novato británico, May, cuyo jefe de escuadrilla, Roy Brown, le había prohíbido participar en un combate colectivo. Alcanzado en el corazón por una bala disparada por un francotirador australiano, cayó cerca de Vaux- sur-Sonme,detrásde las líneas aliadas. Los aviadores británicos le dispensaron un funeral de héroe. En su tumba hay la siguiente inscrición: "Aquí yace un valiente, un noble adversario y un verdadero hombre de honor. Descanse en paz".

El puesto de Richthofen fue ocupado por los aviadores Hermann Göring y Wilhelm Reinhardt. No se sabe si la bala que atravesó el hígado, los pulmones y el corazón de Von Richthofen provenía de la ametralladora del soldado australiano William John Evans, o la del sargento Popkin, que dispararon contra el fuselaje y las alas del avión cuando los sobrevolaba.


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