El experimento pretendía demostrar cómo de sólidos son los vínculos entre los vampiros en periodos extremos.
Varios zoólogos de Ohio y de Leipzig, dirigidos por Simón Ripperberg, capturaron a 17 hembras y las privaron de comida un tiempo moderadamente prolongado. Las más fuertes llegaron a regurgitar sangre para alimentar a las más débiles, señal clara de cooperación entre ellas. Meses después fueron liberadas con un sensor prendidos a su cuerpo. Las vampiras que se habían hecho amigas durante la cautividad siguieron siendo amigas y haciñendose favores en libertad.
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