[Escena en el salón de un centro de día]
(Una sala común, sencilla pero luminosa. Charo, una mujer de unos 50 años con gesto descompuesto, camina de un lado a otro, agitada. Gerardo, un hombre latino de unos 40 años, trata de calmarla, mientras Jose Félix, de unos 30, los observa sentado a cierta distancia. Varios pacientes miran de reojo, incómodos.)
Charo: (gritando, casi al borde de las lágrimas)
¡Es que lo sé! ¡Todos aquí me detestan! ¡No tengo a nadie! ¡Nada!
Gerardo: (levantando las manos, intentando calmarla)
Charo, escúchame. Yo sé cómo te sientes. Créeme, sé lo que es sentir que todos están en tu contra. Como inmigrante, lo vivo todos los días. Pero tienes que calmarte. No puedes dejar que eso te controle.
Charo: (se detiene y lo mira con desdén)
¡Tú qué sabrás de lo que es estar como yo! Esto no es lo mismo, ¡no me compares contigo!
(Gerardo retrocede un poco, desconcertado. Jose Félix se levanta lentamente, con las manos en los bolsillos, y se acerca a Charo.)
Jose Félix: (con voz tranquila)
Charo…
(Charo lo mira, aún temblando. Jose Félix le extiende la mano con suavidad. Ella duda, pero finalmente se la toma.)
Jose Félix:
Mira a tu alrededor. Estamos en un centro psiquiátrico, Charo. Todos aquí hemos pasado por un auténtico calvario para llegar hasta este punto. Nadie está aquí porque su vida sea fácil.
(Charo parpadea, su respiración empieza a calmarse un poco. Jose Félix sigue, con un tono sereno.)
Jose Félix:
No se trata de que te detesten. Todos estamos luchando, cada uno con sus propios demonios. Y sabes qué, eso nos une.
Charo: (con voz temblorosa, pero más tranquila)
Pero… pero tú tienes a Elena. Tenéis algo bonito, ¿verdad? Es como si… como si yo nunca pudiera tener algo así.
Jose Félix: (sonríe débilmente y niega con la cabeza)
Elena y yo… eso se acabó, Charo. Y te diré algo: si piensas que lo que teníamos era bonito, créeme, había muchos días que eran todo menos eso.
(Hace una pausa, con una mirada honesta.)
Jose Félix:
Te soy sincero: yo mismo te tengo envidia. Tienes a tu pareja, alguien que está ahí para ti. Yo ya no tengo eso, y sí, duele. Pero aquí estamos. Cada uno con su historia, con nuestras cicatrices.
(Charo lo mira, ahora mucho más calmada. Asiente lentamente mientras sus ojos se llenan de lágrimas, pero esta vez de alivio. Jose Félix sigue sosteniéndole la mano, dándole espacio para respirar.)
Gerardo: (desde un costado, con tono amable, pero firme)
Gracias, Jose Félix. Has ayudado mucho.
(Jose Félix lo mira y asiente, pero Gerardo se acerca y coloca una mano en el hombro de Jose Félix.)
Gerardo:
Pero ahora suéltale la mano, hermano. No es tu lugar ocupar ese espacio. A veces, ayudar significa también saber cuándo retirarse.
Jose Félix: (mira a Gerardo y luego a Charo, soltándole la mano con suavidad)
Tienes razón.
(Charo sonríe tímidamente, como si agradeciera el gesto de ambos. Jose Félix retrocede un paso y se cruza de brazos, dándole su espacio.)
Charo: (en voz baja)
Gracias… a los dos.
(El ambiente en la sala se relaja. Gerardo le da una palmada amistosa en la espalda a Jose Félix, que sonríe, algo pensativo. La escena se cierra con una sensación de calma y entendimiento compartido.)
[FIN DE LA ESCENA]
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