Escena: Una noche oscura en las afueras de Jerusalén. Dos figuras envueltas en mantos conversan en un rincón apartado. Judas Iscariote, abatido, habla con otro zelote, un hombre llamado Simón. La tensión es palpable, y Judas parece luchar con un torbellino de emociones.
Judas: (Con voz quebrada y mirada perdida en la distancia) No debí haber venido aquí. Pero necesitaba decirlo a alguien… antes de que acabe todo. ¿Sabes? No fue solo por las monedas, Simón. No era solo eso. Fue porque fallé… y no pude soportarlo. Fallé a Él, a los demás… y a mí mismo.
Simón: (Con tono incrédulo) ¿Fallaste? ¿Cómo puedes decir eso? Tú caminaste con Él, como nosotros. Viste sus obras, escuchaste sus palabras. ¡Nos enseñó que somos más que nuestros fracasos!
Judas: (Se lleva las manos al rostro, con un gesto desesperado) No entiendes. Desde el principio, yo quería algo más. Pensé que Él sería el Mesías que nos liberaría de Roma, el líder que alzaría a los humildes contra los poderosos. Pero sus palabras… sus acciones… siempre hablaban de otro tipo de reino. Uno que no podía comprender, uno que no podía tocar.
Simón: (Firme, intentando calmarlo) Él siempre dijo que su reino no era de este mundo. Eso no era un secreto, Judas. Pero tú eras uno de los elegidos. ¡Eras parte del plan!
Judas: (Gritando con rabia y dolor) ¿Parte del plan? ¿Qué clase de plan permite que su líder sea humillado, capturado, crucificado? ¡Yo lo amaba, Simón! ¡Pero lo odié al mismo tiempo, porque me mostró lo débil que soy! Cuando vi que Él no iba a cumplir nuestras expectativas, me sentí perdido. Como si yo no fuera nada.
Simón: (Con un atisbo de compasión) Y por eso lo entregaste. Pensaste que si lo enfrentabas al Sanedrín, Él haría algo, que mostraría su poder.
Judas: (Con una risa amarga) No… No fue tan noble como eso. Fue cobardía. Yo solo quería que todo terminara. Quería librarme de la carga de seguirle, de enfrentar lo que Él me pedía: cambiar mi corazón. El precio fue Él… y esas malditas monedas de plata.
Simón: (Con horror, acercándose a Judas) Judas, ¡puedes arrepentirte! Él nos enseñó el perdón, incluso para los peores pecados. No te condenes tú mismo. No puedes decidir por Dios.
Judas: (Con los ojos llenos de lágrimas, alejándose de Simón) ¿Y cómo podría perdonarme Él si yo no puedo hacerlo? Lo traicioné, Simón. No solo a Él, sino a todo lo que prometió. Lo entregué, y lo llevarán a la cruz por mi culpa. No hay vuelta atrás. Mi alma ya está perdida.
Simón: (Extendiendo una mano, desesperado) Judas, no hagas nada de lo que no puedas arrepentirte después. Ven conmigo. Regresemos con los demás. Podemos buscar la redención juntos.
Judas: (Sacudiendo la cabeza con un amargo susurro) No hay redención para alguien que ha mirado al Hijo de Dios… y lo ha traicionado. Simón, ya he decidido. Solo me queda un camino. No le pidas a un árbol podrido que dé frutos buenos.
Simón: (Suplicante) ¡No, Judas! Por favor…
Judas: (Interrumpiéndolo, con una voz apenas audible) Adiós, Simón. Y dile a los demás… dile que lo siento. No espero que me entiendan… pero espero que algún día puedan perdonarme.
Judas se aleja, envuelto en sombras, mientras Simón lo observa impotente, con lágrimas en los ojos. El sonido de sus pasos se pierde en la noche, dejando solo un silencio pesado y opresivo
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