A comienzos de la década pasada, el musicólogo Jesús Mari Alegría, presidente de Musicos sin Fronteras, encontró en los almacenes de los talleres de la fábrica de naipes de Vitoria Fournier una baraja de cartas con composiciones musicales en el dorso de los naipes. Se trataba de una de las dos únicas copias existentes del Pack of New Cotillons. Esos naipes tan originales fueron sacados a laluz en 1775 por una de las editoriales más importantes de Reino Unido, especializada en comercializar partituras por las colonias inglesas.
Al parecer, Félix Alfaro Fournier adquirió estas reliquias en 1970 en una subasta de Shotesby´s. Formaba parte de una colección compuesta por mas de 500 barajas, pliegos, dibujos y libros. Posteriormente, la Diputación Foral compró la colección completa para el Museo de Naipes, fundado en 1986.
Cotillón. El profano - y yo lo era hasta que encontré cierta revista- se imagina gente brindando con champán en Nochebuena y evitando atragantarse con las uvas. Pero en la Inglaterra del siglo XVIII, el cotillón era una danza campesina que se ejecutaba al final de las reuniones de sociedad de las clases altas.
Existían dos variantes. Durante el longway, los bailarines se ponían en filas. En el round, se ponían en círculo.
Los músicos, que tenían un rango un poco superior al de los criados, utilizaban los naipes como notas para coreografiar las danzas o para tocar la música correspondiente. Las guerras y las vicisitudes de los músicos más prósperos cuando se trataba de hallar un nuevo protector o mecenas, llevaron a muchos de estos hombres a Francia, donde el cotillón pasó a llamarse contradanza.
Los franceses quedaron hechizados por los nuevos bailes porque les daban más posibilidades de improvisar y más sorpresas que las adocenadas danzas cortesanas de la corte de Luis XV. Los músicos ingleses empezaron a viajar al Nuevo Mundo, donde se instalaron en las colonias de lo que algún día sería Estados Unidos y las colonias españolas. Allí nacieron el fandango, la danza, el danzón, la habanera, la guaracha, la tumba, el merengue, el carabiné, el bolero y la bachata. Los aristócratas de las haciendas de Nueva Granada y los caballeros de Virginia siguieron bailando las contradanzas francesas, la cuadrilla, la gaviota, la polca, la mazurca y el cotillón. En ocasiones, eran esclavos educados para tocar instrumentos los que ganaban dinero para sus amos tocando en diferentes fiestas y reuniones sociales.
Pero volvamos a Francia. Las campesinas de 1730 - y décadas posteriores- se remangaban las faldas y mostraban sus enaguas para evitar manchar su ropa de los domingos mientras bailaban. Las aristócratas francesas no tenían este problema, pero lo hacían igualmente para atraer la atención de posibles pretendientes. En una corte donde las intrigas y lances amorosos están a la orden del día, y los escritos eróticos se denigran en público y se recomiendan a los amigotes en privado, esto es un atractivo más de las contradanzas. De hecho un mujeriego en la Francia actual es un couroir de cotillons.
De hecho, una de estas danzas llegó a España. El schotish se popularizó entre los majos de Madrid y acabó convirtiéndose en el chotis que todos conocemos. En las películas del Oeste vemos a los granjeros y a la gente bailando estas danzas mientras un hombre toca el violín y otro marca el ritmo a base de palmadas y da instrucciones a los participantes.
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