viernes, 6 de mayo de 2011

Las brujas.



El señor juez ha hablado. El acusado de brujería sabe que no hay escapatoria. Él sabe que es un brujo. El público, entre el cual se ven las caras de varios niños, si hubieran recibido la misma educación que el señor juez, sabrían que hay cosas que no encajan en lo que han visto durante la última semana.





El acusado ha confesado bajo torturas y sabe que si se niega, el dolor comenzará de nuevo. El potro. O las botas españolas. Mejor morir en la hoguera. El público está impaciente por que termine la ejecución en la hoguera para celebrar una fiesta sufragada con el importe de la venta de los bienes del acusado.





Estamos en Neûchatel, Suiza, la población de Europa donde se celebraron más juicios por brujería durante la Edad Moderna. 1 de cada 250 personas fueron acusadas por vecinos amparados en la confidencialidad de las denuncias y por jueces seglares y clérigos que creían en los pactos con el demonio y sabían que afianzaban su posición ante los campesinos si se presentaban como lo único que les separaba de las garras de Pedro Botero. La moral impuesta por las autoridades era la buena. Se sabía porque al señor cura, al terrateniente y al señor juez nunca les molestaba Pedro Botero.





La caza de brujas en ocasiones se volvía contra los gobernantes de bajo rango. En Alemania los pinchabrujas, unos mercenarios armados con un ejemplar del Martillo de Brujas despoblaron de mujeres regiones enteras, por lo que tras la brutal Guerra de los Treinta Años, durante la que los soldados mataron civiles porque sí, Alemania tardó en recuperarse demográficamente. En la colonia de Massachussets, el proceso de Salem tuvo como consecuencia directa la decadencia de los dirigentes puritanos en Boston.





Por el contrario, Portugal, tan poblada en el siglo XVII como Suiza, sólo procesó 4 personas como brujas en tres siglos. ¿Sería que como comerciaban con todo el mundo estaban curados de espanto?





En realidad, la explicación hay que encontrarla en las mareas de la Reforma y l a Contrareforma. Los países con salidas al mar pueden prosperar más que Alemania, devorada por las consecuencias de la Guerra de los Treinta Años, donde no existe un poder centralizado. Hay que explicar a una población analfabeta de dónde salen tantos ejércitos, por qué aparecen nuevas epidemias, y por qué parece ser que los extranjeros tienen más dinero que ellos.





Los campesinos perciben a Dios como un señor como los terrenales que tienen que sufrir a diario, Ya no se trata de una imagen amorosa. O eres leal a él o sufres las consecuencias. Seguramente, los burgueses y los señores de la aristocracia tienen la misma idea del personaje.





Por eso se leen perlas en la Demonomanía (Jean Bodin, 1580) tales como "Ningún castigo que impongamos a las brujas, aún asarlas y cocerlas a fuego lento, es excesivo", "Hay que obligar a los niños a declarar contra sus padres" o "nunca se debe absolver a una persona una vez que haya sido acusada".





También se trata de una sociedad de hombres para los hombres. Las mujeres pueden engendrar nuevos miembros para la comunidad. La supervivencia del grupo está en manos de ellas. Los hombres quieren domeñar ese poder, por lo que aumenta la violencia sexual durante las guerras y más de 80 por ciento de los acusados de brujería son mujeres.








Madeleine Bavent procesa como monja en 1623. Allí descubre que el confesor de la comunidad, Mathurin Picard, obliga a las religiosas a masturbarse y bailar desnudas para él. Madeleine se niega a participar y amenaza a Mathurin con denunciarle al obispo de la Alta Normandía. Mathurin la viola y la deja embarazada. Cuando en 1642, el pervertido muere, las monjas hacen un pacto de silencio, que sólo rompe Madeleine.








Las otras monjas denuncian que ella les ha embrujado, porque de otra manera, habrían denunciado a Mathurin. La consecuencia es que Madeleine es encarcelada con una dieta de pan duro y agua. Muere en prisión en 1647.








Si hubiese intervenido la Inquisición española el resultado hubiese sido diferente. Los clérigos del Consejo de la Suprema de Madrid reciben informes de Madrid de que el demonio ha poseído a 25 monjas del convento de San Plácido, en la misma Villa. El inquisidor Diego Serrano interrogó a la siperiora y a las hermanas acusadas y envió sus conclusiones a sus jefes: "No hay, señor, que andar con rodeos en todo esto: ni ha habido ni hay más demonios que los frailes".









Los tribunales del siglo XVII debían autofinanciar sus gastos, por lo que las confiscaciones de bienes eran necesarias para sobrevivir. En 1676, el verdugo suplico mientras tortura con las botas españolas a Chatrina Blackestein que confiese algo, lo que sea, porque si no, sus hijos pasarán hambre. Chatrina no confesó. Al fin y al cabo, no había hecho nada. Pero tuvo que pagar de su bolsillo los costes de la tortura y una semana de sueldo para el verdugo.

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