martes, 19 de junio de 2012

La crisis inmobiliaria de Japón (1988)

Japón es un país extraño y fascinante. A finales del siglo XIX, las potencias occidentales estaban en plena efervescencia colonialista. Japón tuvo que pasar de ser una nación feudal y atrasada a una potencia comercial que podía dictar sus propias reglas a los gaijin europeos.
El modelo de empresa japonesa es el keiretsu o zaibatsu, un conglomerado de empresas capitaneadas siempre por un banco. Todos empiezan por los puestos administrativos más bajos, y sólo el más eficaz, con el tiempo, consigue en preciado puesto de shacho, o director general.
Durante los años 80 los keiretsus japoneses se habían revalorizado un 75 por ciento respecto a la situación durante la posguerra, tras la derrota militar frente a los Estados Unidos. Cuando una empresa tiene éxito debe invertir sus ganancias en algo. El dinero que duerme es dinero perdido. O eso es lo que afirman los economistas. Y lo que compraron los shachos son casas.
En 1985 el suelo de Tokyo valía tanto como la totalidad de Estados Unidos. Si el tenno, el emperador hubiera vendido el Palacio Imperial, habría costado tanto como todas las propiedades de California.
Lo que es mejor, es que los keiretsus rivalizaron para comprar suelo en el extranjero, de tal manera que la mayor parte de Nueva York les pertenecía en 1987. Por esa época, Michael Crichton publica un thriller llamado "Sol Naciente". En esta novela de intriga, un empresario americano llega a decir como si nada: "Si no quieren que los japoneses compremos, no vendan".
Desgraciadamente lo que sube, termina por bajar. El pueblo japonés ve a sus superiores como figuras paternas y proteccionistas. El Gobierno de Tokyo, fiel a su papel, y previniendo males mayores, optó por pinchar personalmente esta burbuja antes de que fuera demasiado tarde.
El país no se había recuperado cuando estalló la más reciente, la de 2008.

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