martes, 12 de junio de 2012

La fiebre de los tulipanes.

He hecho un cursillo de ocio universitario con la historiadora Elena Catalán sobre el fascinante mundo de las burbujas económicas. Para que se dé una burbuja es preciso que un producto sea demandado por encima de su coste real, que los inversores crean que su precio siempre puede subir, y que las instituciones de crédito otoguen créditos a cualquiera que lo demande.
La fiebre de los tulipanes es la muestra más exótica de lo que es una burbuja inmobiliaria. En el siglo XVII, Holanda ha empezado a deshacerse de la influencia española mediante las armas. Mientras que el resto de Europa, sumida en la Pequeña Edad de Hielo, es un páramo, las Provincias Unidas son un reclamo para la incipiente burguesía mercantil que atrae a los parias perseguidos en todas las otras regiones de Europa por culpa de las dañinas guerras de religión.
Es en las Provincias Unidas donde se inventa la Bolsa de Valores y se crea la Compañía de las Indias Orientales, que colonizará Indonesia. Los nuevos burgueses invierten sus riquezas en productos exóticos como los tulipanes.
El hecho de que estas plantas arraiguen en el suelo de guijo ganado al mar de las Provincias Unidas, y que se den en tal variedad de colores, convierten a estas plantas en un cotizado símbolo de status.
En 1620, un tulipán Semper Augustus se vende por 10.000 florines siendo que una vaca lechera cuesta 250. El salario de un jornalero está en los 100 florines.
Los venderores empiezan a especular con los futuros, es decir, a comprar las plantas antes de haber sido plantadas siquiera. Se produce un atractivo mercados de futuros. El cultivador vende el derecho a poseer la planta antes de que germine, y el primer comprador se la vende un poco más cara a un segundo postulante.
Una epidemia de viruela y la casualidad de que los últimos compradores empezaran a preguntarse por qué debían recurrir a los intermediarios si se podía adquirir los tulipanes a un precio más barato entrando en tratos con el cultivador contribuyeron a pinchar la burbuja.
La fiebre del tulipán no fue una burbuja especialmente grave en cuanto que sólo los comerciantes y los armadores más adinerados podían permitirse comprar tulipanes, y por lo tanto, perder dinero con estas transacciones.
La gente que había pasado un tiempo en Madagascar o Batavía no comprendían tanta historia con los tulipanes. Se cuenta que un marinero de la Compañía de las Indias Orientales desembarcó en Holanda y fue a comprar arenques. Vio un bulbo de tulipán en la mesa del tabernero y se lo llevó convencido de que se trataba de una cebolla. Fue encarcelado tras confesar a los alguaciles que se había comido una cebolla por valor de 10.000 florines.

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