viernes, 15 de febrero de 2013

El Quijote.

En el siglo XVI no existían los recursos de los que disponen hasta la saciedad los escritores del siglo XXI. La prensa escrita no aparececía hasta el siglo XVII, en las Provincias Unidas. Y las revistas especializadas son obra del siglo XIX. Es un panorama sensiblemente pobre para crear la primera novela moderna.
En 1605 España ha conocido mejores tiempos. El país vive su desarrollo trabado a causa de un tribunal religioso de origen medieval. Los judíos han sido expulsados del país y los moriscos lo serán en breve. Se hace una bandera del no trabajar, del orgullo por el orgullo, de la cultura del "Vive Dios" barato.
Cervantes ha sufrido ese mundo. Herido en combate, en una época en la que las incipientes naciones exigen hombres y dinero a los ciudadanos, pero sin recibir nada a cambio, Cervantes vive haciendo trabajos administrativos que nadie quiere. Recauda impuestos para la Armada, y, vayamos al meollo del asunto, asume las finanzas de la casa de los locos de Sevilla.
De esa experiencia, de la observación de los orates del centro, sacará la idea que lo hará inmortal. Alonso Quijano es una burla despiadada de esa España ensimismada aún en las químeras medievales. Usa armadura oxidada y carga con una lanza cuando todo el mundo usa arcabuces ya. Erra en busca de los ideales  del caballero medieval cuando todo el mundo se encamina ya al sur para pasarse a las Indias. Los ideales de Alonso Quijano, como los de la monarquía hispánica, son anacrónicos.
Quijano es culto, noble, y siempre se lleva su correspondiente tanda de golpes, como las personas que hacen grande esa España de los Austrias.
Quiere hablar al mundo de un viejo mensaje olvidado ante el ruido de las novedades que no aparecen en la novela. Pero los rústicos no saben de qué les habla. Y los hidalgos no le quieren escuchar. A él, que se dejaría matar por ellos.
La primera parte es un poco burda. Alonso Quijano sufre una psicosis aguda y los campesinos lo tratan como suelen tratar a todos sus locos. A golpes.
En la segunda parte la enfermedad ya ha avanzado, lo que significa que con el cariño de sus seres queridos, Quijano ya distingue la realidad de la ficción. Pero son unos aristócratas aburridos - de no hacer nada, claro- los que le presentan una realidad distorsionada.
Cervantes se queja de un género literario de evasión que aborrece. Hace crítica de libros de caballerías y autores. Es la primera vez que se hace. Se salvan obras como "Tirante el Blanco". El destino de los libros malos, que entretienen pero no sustentan el intelecto, es la hoguera.

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