domingo, 29 de noviembre de 2015

Isaac Peral y su primer submarino.

"Si España hubiese tenido un solo submarino de los inventados por Peral, yo no hubiese podido sostener el bloqueo ni 24 horas".
El que habla así es el almirante George Dewey, jefe de la Escuadra Estadounidense que puso sitio a Santiago de Cuba y que aniquiló a la Armada española en la bahía de Manila (Filipinas) durante la guerra entre España y los Estados Unidos en 1898.
Peral diseñó el primer submarino de propulsión electrica capaz de lanzar torpedos, un diseño que copiarían con mayor provecho las demás potencias europeas. Un invento que cambiaría para siempre el modo de luchar en el mar.
El submarino fue botado en Cádiz el 8 de septiembre de 1888. Para cuando estalló el Maine por los aires, tanto la nave como su diseñador habían desaparecido. Peral había muerto en Berlín donde había ido a cuidarse de un cáncer de piel en 1895. Desmoralizado por las tensiones con sus mandos, había pedido la baja de la Armada. Esta ni siquiera la concedió una pensión. 
El submarino se pudría literalmente en el arsenal gaditano de La Carraca, expoliados sus elementos de valor, y usado de retrete por los soldados. En 1929 fue trasladado a Cartagena y en 1992 expuesto en el pabellón de Murcia de la Exposición Universal de Sevilla, donde pude contemplarlo. En el verano de 2013, con motivo del 125 aniversario, se le hizo unas reparaciones para quitar las capas de óxido adquiridas después de décadas a la intemperie en un dique seco.
Isaac Peral y Caballero nació en Cartagena (Murcia) en 1851, donde estaba destinado su padre, un oficial de Infantería de Marina. Ingresó en la Marina a los 14 años. De sus 25 años de servicio, 16 los pasó embarcado. Alcanzó el grado de teniente de navío. Pasó apuros para mantener a su mujer y a sus cinco hijos, sobre todo después de dejar la Armada.
Realizó cartas hidrográficas. Publicó trabajos sobre álgebra, geometría y huracanes. Tras caer enfermo cuando un barbero le cortó por accidente una verruga en la sien pasó a ser docente. La idea del submarino la tuvo en 1885, cuando el gobierno alemán amenazó con bloquear islas españolas en el Pacífica. Peral pensó que un submarino torpedero pondría a raya las naves de superficie de las grandes potencias.
Diseño los planos, a pesar de que no era ingeniero naval. También era el oficial comandante de la nave, que tenía una tripulación de 12 hombres. El submarino fue construido en Cádiz donde los capataces de los astilleros lo llamaban con sorna "el cacharro". Costó 300.000 petetas de la época, cuando la construcción de un acorazado nuevo costaba 40 milones.
El día de la botadura la expectación era enorme entre los gaditanos, a pesar de que un ingeniero naval suplicó al general Montojo que la prohibiera: "Vamos a hacer el ridículo. En cuanto este barco caiga al agua, empezará a dar vueltas como una pelota". Peral pintó una l´nea de yeso en el casco y aseguró que el agua no la rebasaría. Como así fue. La botadura fue un éxito y pronto comenzaron las pruebas de mar: inmersión, seguir el rumbo fijado, lanzar torpedos... Pero el Gobierno canceló el proyecto. "No pasa de ser una curosidad técnica sin la mayor trascendencia" decía el informe que daba carpetazo al asunto.
Peral fue arrestado por un incidente absurdo. Viajó con su mujer a la Exposición Universal de París. Tenía permiso del capitán general de Cádiz, pero no la ratificación del Ministro de Marina. Pasó dos meses en los calabozos. Pero Peral ya no era un proto cualquiera, así que se le puso pronto en libertad y él aprovechó para darse de baja del Ejército. "Los ingleses le pusieron un cheque en blanco para que trabajase para ellos, pero era un patriota y se negó", me cuenta Diego Quevedo, alferéz de navío destinado en el Museo Naval de Cartagena.
Siguio inventando: un proyector, una ametralladora eléctrica, un varadero múltiple... Y fundó una empresa para instalar alumbrado público en las ciudades. "Quien pasee por la calle tendrá tremendos encontronazos con los malditos palos", publicó un periodista que veía las farolas, no como un rogreso, sino como un peligro público.

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