martes, 29 de marzo de 2016

Altamira, con Antonio Banderas.

Estamos durante los meses veraniegos de 1879. El naturalista Marcelino Sanz de Sautuola (Puente de San Miguel, Cantabria, 1831-1888) está de excursión con su hija María cuando ven una gruta. Se meten dentro y la niña distingue unas pinturas rupestres de bisontes. "!Mira, papá!!Bueyes pintados!", chilla la chiquilla alborozada.
Aficionado a la Prehistoria, las ciencias naturales y la botánica, Sanz de Sautuola pronto sospechó que aquellos bueyes en realidad eran uros, unos bóvidos extinguidos haces miles de años de la cornisa cantábrica, pintados por la mano de un clan prehistórico. Se topó de lleno con enemigos en dos frentes muy distintos; por un lado la Iglesia Católica, defensora de los postulados creacionistas, para la cual la Naturaleza no había sufrido cambios desde el día de la Creación; por el otro los naturalistas darwinianos, para los cuales el hombre civilizado, con gusto artístico, había sido el fruto inevitable del refinamiento a partir de un bruto primigenio. Arte equivalía a civilización. El hombre del Paleolítico no era civilizado, así que era incapaz de reproducir artisticamente su entorno.
Esta historia va a ser contada por Hugh Hudson y protagonizada por Antonio Banderas, en el papel del prehistoriador cántabro. La productora es la española Lucrecia Botín- Sanz, hija del banquero Jaime Botín y descendiente directa de Marcelino Sanz de Sautuola. Tras trabajar varios años para rodar un documental sobre esta cruzada por el legado de nuestros ancestros del Paleolítico, se dió cuenta de que allí había material para una película sobre la envidia que despiertan los golpes de suerte como aquel en nuestra cainita España.
Sautuola contó con pocos aliados, aparte de sus familiares, Lo apoyaron Eduardo Pérez del Molino (farmaceutico) y Eduardo de la Pedraja (naturalista) y el catedrático de Geología Y Paleontología Juan de Vilanova.
"Debió de ser muy duro ser tratado de falsario por los prehistoriadores a los que Marcelino había admirado desde siempre", dice Lucrecia Botín. Entre los detractores de Sautoola estaban Émile Cartailhac, Rudolf Virchow, Gabriel de Mortillec y otros. Cartailhac se rindió a la evidencia cuando él mismo descubrió pinturas rupestres en otras cuevas del sur de Francia. Era demasiado tarde para Sautuola porque publicó la nota de retractación en 1902, cuando el cantabro llevaba 14 años muertos. El francés escribió en una revista de antropología: "Altamira, España. Mea culpa de un escéptico" y viajó a Cantabria para poder ver con sus ojos las pinturas. Varios prehistoriadores hicieron un homenaje junto a la tumba del naturalista español en 1902.
 "Dicen que todo se debió a un golpe de suerte pero es falso. La sima de Altamira llevaba varios años descubierta en 1879. Solo Marcelino supo ver lo que había de extraordinadio en ella", murmura con amargura Lucrecia Botín

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