viernes, 7 de abril de 2017

El mercado para coleccionistas de reliquias de la Alemania nazi.

El mercado de objetos ligados a Hitler y a la jerarquá nazi está más activo que nunca. Y tiene esplicación: los nietos han sacado a la venta las reliquias de sus abuelos. Armas, uniformes... alcanzan miles de euros en las subastas.
Despacho de Hitler. Cortesía: XL Semanal.

Abril de 1945. Alemania está perdiendo la guerra. El único que se hace ilusiones todavía es Hitler, que intenta dar las últimas órdenes con la ayuda de un teléfono de baquelita rojo Siemens a ejércitos que solo existen en su mente, bien porque han sido aniquilados, bien porque sus hombres se han disuelto ante el imparable avance del Ejército Rojo. Ese teléfono ha sido subastado a un coleccionista anónimo este año por 229.000 euros.
En Berlin la exposición HITLER Y LOS ALEMANES ha tenido que prolongar  su tiempo por la afluencia de público. No se trata de ultraderechistas nolstálgicos sino de personas de todo el espectro político. La fascinación por los nazis y sus emblemas de poder está ahí, y es difícil de contener.
Un coleccionista que sí da la cara es Kevin Weathcroft. Éste empezó su colección con un casco de campaña de la Werhmecht adquirido por su padre. Ahora posee cuatro naves inustriales para guardar su colección, que incluye incluso carros de combate restaurados.
Una de las piezas de las que más se ufana Weathcroft es el embaldosado y el enrejado de la celda de la prisión de Landsberg, donde Hitler y su lugarteniente - de entonces -, Rudolp Hess redactaron MEIN KAMPF. Lo consiguió tras viajar a Alemania, e invitar a varias rondas de cerveza a los obreros que tenían que desmantelar la celda.
Otra de las piezas más estimadas por Weatcroft es un botellero rescatado del Palacio de Berghof. Lo consiguió en una época en que se consideraba delito cualquier manifestación de simpatía por ese pasado en Alemania. Muchos españoles de principios de los 90 del siglo XX durmieron en un calabozo por llamar a los taxís de Berlín alzando la mano.
Esta escribanía perteneció a Adolf Hitler. Encontrado en su despacho de la cancillería de Berlín. Cortesía XL Semanal

En realidad, este cambio de actitud es porque el discurso del terror ha variado mucho con el paso de las décadas, así como los modelos sociales. Los nietos descubren en el trastero las reliquias que sus abuelos se llevaron de su servicio militar en Europa, a Inglaterra o a Estados Unidos. Los nietos las llevan a las casas de subastas. Como ya no es posible morir en un campo de concentración o durante un rais nocturno de bombardeo de la Luftwaffe, las reliquias se pueden exhibir sin miedo.
La actitud de los rusos y los americanos durante el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial es un reflejo de las dos sociedades. Los americanos, bien alimentados, se llevan a casa uniformes, piezas como el teléfono Siemens de Hitler. Los rusos se llevan objetos de uso cotidiano, como los relojes, los cubiertos, la ropa interior, los calcetines. Y no como reliquia, sino para usarlos en casa.
Es famosa la imagen  - el posado - del sargento Meliton Kantaria que colocó la bandera con la hoz y el martillo en lo alto del Reichtag. La foto tuvo que ser modificada porque el militar soviético llevaba un total de dos relojes en sus muñecas. También hay fotos de oficiales rusos obligando a bajar a ciudadanos alemanes a punta de pistola de sus bicicletas para poder confoscarlas. Una cleptocracia no muy diferente de la que emplearon los alemanes durante la ocupación de Europa.
Entre las piezas que han salido a la luz están unas braguitas de seda de Eva Braun con cinta elástica para ajustar la cintura, y cintas para ajustar evitar que las medias se arruguen. Se saben que son de Eva porque tienen las iniciales bordadas. Proceden del saqueo de Berschtengaden, la residencia de verano de Hitler,a manos de los civles alemanes. La prenda íntima fue intercambiada por un lugareño hambriento en el mercado negro.
Incluso los juicios de Nuremberg de 1946 produjeron reliquias. El médico John K.Lattimer tenía la misión de mantener sanos a los jerarcas nazis durante el juicio y hasta sus respectivas ejecuciones. Hermann Göring, lugarteniente de Hitler en los años finales de la guerra, descubrió que había adelgazado y que los calzoncillos con los que había sido encarcelado ya no le valían. Probablemente se los daría a Lattimer después de cursar la pertinente petición de una ropa inferior a los 124 centímetros de cintura que había usado hasta poco antes de su suicidio.

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