viernes, 8 de septiembre de 2017

El soterrado apoyo británico al bando nacional.

Burgos; 22 de octubre de 1937. Anthony Eden, ministro de Exteriores británico, envía un embajador ante Franco.

"Van a instalar un régimen soviético en España". Según el embajador británico Henry Chilton, a ese resultado conducía la victoria del Frente Popular en febrero de 1936. También anunciaba que se estaba cociendo un golpe militar. Resultaban así fundados los temores del Foreign Office de "una fase transitoria tipo Kerenski" seguida de une revolución comunista como la de 1917.
El 4 de julio de 1936, aparece el cadáver asesinado de un inglés, director de una fábrica de Barcelona. Londres pide explicaciones a Madrid. El Royal Automobile mandó una octavilla a sus socios comerciales afirmando que no había garantías de pago para los coches que España importase desde Inglaterra. El 13 de julio, mientras el secretario del Foreign Office informa a la cámara de los Comunes de lo que se avecina llega la noticia de que el parlamentario conservador José Calvo-Sotelo, había sido asesinado por elementos de la izquierda radical disfrazados de policías.
Sotelo había sido amigo del secretario del Foreign Oficce Anthony Eden,un propietario rural metido a diplomático. Cuando el Primer Ministro Stanley Baldwin, le da carta blanca para decidir la posición de Gran Bretaña ante España y escoger el bando llegado el caso, le dice:"Estoy preocupado por el asunto de la abdicación de Eduardo VIII. Espero que no me moleste con comunicados sobre esos desharrapados de Madrid".
Eden apoya a los sublevados. Es una decisión muy fácil cuando el embajador de Madrid y los cónsules de Barcelona y Madrid te informan de las atrocidades de los emboscados republicanos y de los horrores de las checas, pero nadie te informa de que los militares rebeldes están haciendo cosas similares en sus zonas de influencia.
Los corresponsales británicos y los miembros de la Royal Navy estaban en las zonas republicanas y en Gibraltar, que se llenó de refugiados que contaban historias horripilantes sobre el terror rojo. No había diplomáticos ni corresponsales en Granada que vieran las actividades de los emboscados franquistas ni escucharan los comunicados radiofónicos de Queipo de Llano.
También es destacable la intervención de los servicios de espionaje ingleses en el asunto del Dragón Rapide. Este avión tenía la misión de trasladar a Franco, puesto en cuarentena en Canarias por el Gobierno oficial, hasta Marruecos, donde arengó a las tropas moras en Llano Amarillo y se lanzó a la sublevación.
El empresario "filibustero" Joan March había puesto en cheque en blanco, en Biarritz, en manos de Luca de Tena, propietario del tabloide conservador ABC, y este encargó la orden de pago a su corresponsal en Londres, Bolín.
Éste se puso en contacto con el mayor Pollard, un agente de inteligencia que había reprimido a los independentistas irlandeses de Michael Collins y Eamos de Valera en la década de 1920. Pollar estaba retirado pero recurrió a su colega del Servicio Secreto Cecil Debb. Compraron un avión Havillad y llevaron en la misión a la hija de Pollard y una amiga, en el papel de tapadera, de "tías buenas" que van de excursión por el Protectorado de Marruecos.
El hecho de que los servicios secretos británicos conocieran los tejemanejes de Pollar, Bolín y Debb y no hicieran nada explica muy bien cómo estaban las cosas por entonces en el Foreign Office.
En España hay que descartar la influencia de las relaciones interpersonales, pero habría que hablar de la influencia sobre los políticos ingleses del Duque de Alba en el White Club. Este abogó por una no intervención que no empeorase las cosas. Se consiguió que Francia se abstuviera, pero Churchill no tenía ningún control sobre los tres gobiernos totalitarios de Europa, Alemania, Italia y la Unión Soviética, que mandaron tropas y armas, y enquistaron el conflicto.

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