lunes, 21 de mayo de 2018

Cronica negra: las criadas asesinas de los siglos XIX y XX.

El siglo XIX es el siglo de la gran migración del campo a la ciudad. Muchos hombres acudieron a las llamadas de las fábricas, pero las que no lo tuvieron nada fácil fueron las mujeres que viajaban solas. "Las jóvenes que huían de la miseria no estaban preparadas para servir en casa ajena,porque la mayoría no sabía poner una mesa, ni encerar suelos, ni limpiar plata. En sus pueblos vivían en casas insalubres, hacinadas. Nunca habían visto un mantel, una cubertería o una alfombra", dice la criminóloga Marisol Donis en su libro SIRVIENTAS ASESINAS (Nowtilus, 2011).

La mayoría tenia la suerte de ingresar en centros públicos donde les enseñaban las habilidades para subsistir en una sociedad que desconfiaba de los recién llegados del campo. En algunos círculos policiales eran sinónimos "las clases trabajadoras" con "los delincuentes en potencia", lo que no era óbice para que los inspectores de policía no reconocieran que sin el concurso de las masas trabajadoras la sociedad española decimonónica se vendría abajo.

2 de junio de 1888. Varios vecinos del 109 de la calle de Fuencarral acudieron a sofocar un incendio en el segundo piso izquierda. Al apagarlo, los bomberos encontraron los restos carbonizados de la propietaria del piso, la marquesa Luciana Borcino, y en la cocina, el cuerpo inconsciente de su doncella, llamada Higinia Balaguer, junto al perro, que había sido narcotizado.

La autopsia reveló que Luciana Borcino había sido apuñalada en el corazón y que tenía heridas de menor consideración en el pecho. Se sospechó de Higinia, una zaragozana de 28 años, que llevaba apenas una semana trabajando en la casa. Higinia reconocío su autoría, después inculpó a su amiga Dólores Dávila antes de volver a inculparse.

Posteriormente las culpas recayeron en un hijo la marquesa Borcino, un calavera que maltrataba a su madre, y que ya había ingresado en prisión varias veces. De hecho, cuando se produjo el asesinato estaba encarcelado en  La Modelo, aunque se sospechaba que el alcaide, José Millán Astray, le premitía salir de prisión de cuando en cuando a espaldas de sus supervisores. Por cierto, José Millán Astray es el padre del militar homónimo que fundó el Tercio, también conocido como la Legión en 1921.

Los periódicos inauguraron columnas de sucesos para atender la demanda que suscitó este caso. Incluso el novelista canario Benito Pérez Galdós escribió unas crónicas y unos análisis sociales más propios de un Dashiell Hammet del siglo XIX que de un escritor de novela realista. Las calles estaban divididas entre varelistas - señoritos de clase alta que ceían a las criadas como unas trepas advenedizas- y higinistas - obreros que veían como los patrones encubrían sus injusticias con la ayuda de la policía-.

Higinia murió en el garrote vil el 19 de julio de 1890. Dicen que al morir gritó:" Dolores, 14.000 duros". Nunca quedó aclarado el móvil del delito.

1892. Salvadora Gil es una criada de 63 años que trabaja para un sacerdote a cambio de techo y comida. Como ya está mayor, y el cura no quiere cargar con una anciana, decide despedirla, para lo cual simplemente tiene que mostrarle la puerta. Salvadora sabe donde su futura víctima guarda los ahorros, por lo que regresa en compañía de dos sobrinos y dos conocidos "para coger lo que es suyo".

Amoradazan a la nueva criada y la atan. Salvadora entra en la habitación de su antiguo señor, al que golpea repetidamente en la cabeza con un escoplo hasta matarlo. Los compinches masculinos registran la casa y la sacristía en busca del dinero. Todos son detenidos al día siguiente y conducidos a la prisión en Segovia. Salvadora es condenada a quince años y un día por homicidio con robo.

Aunque sucedió en pleno siglo XX, Pilar Prades se ganó el triste honor de ser la última mujer ajusticiada por garrote vil en España, en 1954. Entró a servir en casa del matrimonio Vilanova Ganada en 1954, propietarios de una charcutería. Ganada su confianza, comenzó a endulzar los tés de su señora con matahormigas Diluvión, cuya base era el arsénico.

A pesar de que el marido no tenía nada que objetar del rendimiento de Pilar Prades la despedió por vestirse con ropas y joyas de su difunta señora y abrir la charcutería sin autorización el mismo día del funeral de su esposa Adela.

Al poco tiempo encontró trabajo en la casa del médico militar Manuel Berenguer. Pilar entabló amistad con la esposa de Berenguer. Al poco rato la criada principal - con la que había una discreta rivalidad por la atención de los hombres - y la señora cayeron enfermas. Manuel tomó una muestra de las infusiones que les preparaba Pilar y las llevó a un laboratorio. Después la despedió y la denuncíó a la Policía.

Pilar confesó bajo las presiones y los golpes de los inspectores de Policía franquistas. Los abogados de la defensa estaban de acuerdo de que el matahormigas Diluvión había sido vertido en las tazas de las tisanas, pero no estaban seguro de que Pilar, que era semianalfabeta y huérfana, supiera que contenía arsénico. Ella mismo le dijo entre lágrimas a los interrogadores que echó el veneno para hormigas en el té porque tenóia un sabor dulzón.

En 1959 es agarrotada por un verdugo al que hubo que emborrachar porque se negaba tajantemente a ejecutar a una mujer.

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