jueves, 31 de mayo de 2018

LOS PERROS DUROS NO BAILAN, de Arturo Pérez-Reverte.

Negro ha estado allí, en el Desolladero, el reñidero donde los perros se destrozan para que sus amos intercambien dinero con las apuestas. No solo ha logrado sobrevivir sino también destacar.

Pero aquellos tiempos pertenecen al pasado. Ahora vigila un almacén y dedica su tiempo libre a charlar sobre este "mundo perro" con Aguilulfo y Margot en una charca de agua anisada llamada el Abrevadero de Margot donde se reunen los canes del pueblo.

Esa es la parte divertida de la novela. Es un mundo donde los perros alternan en algo parecido a un bar, los doberman son neonazis y la xoloizcuintle Tequila es la narco traficante de sobras de carnicería a la que cantan corridos los Chuchos del Norte.

Negro se pone a investigar por qué dos asiduos del Abrevadero de Margot no dan señales de vida. Uno de ellos es su mejor amigo Teo, un rodesiano. El otro no lo es tanto. Se trata de Boris el Guapo, un lebrel afgano de exhibición mujeriego y pagado de sí mismo.

Las investigaciones llevaran a Negro a un reñidero de peleas caninas y a un clan gitano de humanos que trafica con drogas y que organiza peleas de perros.

La novela trata temas como el del precio de la libertad, la lealtad, la amistad en condiciones difíciles y el maltrato animal. Este lo veremos desde el testimonio del intento de ahorcamiento por parte de un cazador del galgo consejero de Tequila. O en la experiencia vital de Cuco, regalo de Navidad para una niña llamada Julia y abandonado en la carretera seis meses después, al incio del éxodo vacacional. O en los daños psicológicos que el reñidero provoca en Teo.

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