viernes, 13 de julio de 2018

Nos vemos allá arriba, de Albert Dupontel (2018).

Últimos días de la Primera Guerra Mundial. El teniente Aulnay-Pradelle está ansioso de gloria personal, y para ello ordena una carga estúpida y suicida contra unas ametralladoras. Casi todos sus hombres mueren. Albert, un muchacho cobardón, incapaz de entender cómo ha sobrevivido a una guerra para la que jamás estuvo capacitado, es enterrado por la tierra desplazada por un obús. En su rescate se lanza el soldado Edouard, con gran capacidad para la pintura, enfrentado con su padre, culpable en su opinión de sus problemas. Edouard saca del fango a Albert a costa de quedar desfigurado por una esquirla de metralla.

Tras la guerra los dos hombres hacen un pacto: Albert dirá a todo el mundo que Edouard ha muerto, especialmente a su hermana, que quiere enterrar el improbable cadáver en el panteón familiar.

Si durante la guerra Aulnay- Pradelle vampirizaba la vida de sus hombres, ahora vive de los homenajes a los difuntos y los cementerios de guerra. No importa que lo que los patriotas franceses se lleven a sus tumbas familiares sean en realidad huesos de soldados alemanes, o que haya que partir los huesos porque los féretros que su suegro fabrica son demasiado pequeños. Especulaba  ya con las vidas durante la guerra y especula ahora con la muerte en la paz.

Licenciados de ejército e incapaces de regresar a la vida civil donde la dejaron a causa de sus heridas y de sus discapacidades, Edouard y Albert malviven en París, enfrentándose a una sociedad que quiere héroes que homenajear siempre que no molesten. Edouard empieza a diseñar estatuas para los panteones patrióticos, lo que les acerca peligrosamente a un enriquecido especulador de guerra como Aulnay. Pradelle.

Un poco de Historia.

La Primera Guerra Mundial se cerró con un balance de 10 millones de muertos, 20 millones de heridos, y 6 millones de bajas entre los civiles. Se calcula que en Francia, Alemania y Austria Hungría se perdieron entre el 10 y el 15 por ciento de la población activa masculina. Serbia Montenegro perdió el 16 por ciento de su población total.

La fabricación en serie de armas como las ametralladoras, los fusiles de repetición o los gases químicos hicieron que fuera la primera guerra industrial, aunque los oficiales de Estado Mayor la afrontasen con sus manuales de las guerras napoleónicas.

Tras la guerra la población proletaria de los países perdedores empezó a escuchar a los líderes que les prometían un mayor reparto del pastel si hacían la revolución Los burgueses y las ciudades alejadas del frente empezaron a creer que les habían traicionado, no el cambio de tiempos e ideas, sino que sus líderes habían sido engañados para que se rindieran antes de tiempo. Guillermo II, el Kaiser, intentó explicar que ya no era posible seguir luchando sin provocar un colapso social como el de Rusia. No le escucharon. Era el momento de los lideres comunistas y de los nacionalistas autoritarios como Röhn y Hitler. Esas sociedades se polarizaron.

Las consecuencias positivas de la guerra fue que se empezó a estudiar la psiquiatría en serio y poner a prueba terapias con los soldados que regresaron con neurosis de guerra. La ortopedia y la cirugía estética también sufrieron un empujón. Las calles estaban llenas de soldados mutilados o con heridas de metralla en la cara que causaban el llanto de los niños y el rechazo de los adultos. Los estragos de la Gripe Española hicieron que se desterrara el gas fénico para desinfectar heridas y se estudiaran los mecanismos de las enfermedades infecciosas. En 1926, las experiencias en los hospitales de campaña de la Primera Guerra Mundial hicieron que Alexander Fleming inventase la penicilina.

Sin maridos aptos para el mercado laboral muchas mujeres se aferraron a sus empleos de guerra. Eso produjo un mayor empoderamiento de la mujer. Muchos países reconocieron el derecho de sufragio femenino, aunque con ciertas restricciones en países como Gran Bretaña.

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