lunes, 4 de febrero de 2019

Las chicas del radio.

Chupaban radio para trabajar. sus jefes les decían que era inocuo. Y como brillaba, algunas semaquillaban con él. Así se envenenaron miles de trabajadoras. Su muerte fue horrenda y tuvo consecuencias laborales. Un nuevo libro reconstruye su historia.


El dentista le extrajo una muela y la encía no cicatrizó. Las llagas cada vez eran más dolorosas y el aliento apestaba porque a la joven paciente se le estaban pudriendo los dientes. Amalia Maggia, una obrera estadounidense, ya llevaba meses sin poder sonreír cuando comer pasó a ser un suplicio doloroso.

Luego el malestar se trasladó a la mandíbula,la cadera y hasta los pies. "Creíamos que era reuma. El édico le recetó unas pastillas pero no Amalia no mejoró", contó su hermana Albina.

El dentista tuvo que extirparle el hueso de la mandíbula a Amalia de su boca ensangrentada, una tarea desagradable. El facultativo estaba desconcertado porque tenía ante sus ojos una nueva y desconocida enfermedad que estaba dando una muerte atroz a una muchacha veintiañera. Ya había descartado la piorrea y la sífilis. Debía tratarse de una necrosis de los tejidos de la mandíbula por exposición al fósforo. Solo que Amalia Maggio no trabajaba con fósforo sino con radio.

Los médicos de la época habían visto que el radio podía destruir tejidos cancerosos y a ello se aplicaban. También se empleó contra la fiebre del heno, la gota, el estreñimiento, etc... Había en la Norteamérica de 1920 una fiebre del radio. Las emisoras musicales sacaban un éxito llamado Radium Dance. Con radio se fabricaban maquillajes, pintalabios y cremas faciales. También insecticidas y material para limpiar azulejos en los baños.

La agonía atroz de Amalia Maggio y este boom industrial del radio se narran en el libro de la periodista Kate Moore LAS CHICAS DEL RADIO (Editorial Capitán Swing). Es la crónica del drama laboral de las operarias de las plantas de radio entre 1917 hasta que las empresas perdieron los juicios contra las pocas que se atrevieron a denunciar en 1927.

Mollie Maggie entró a trabajar como operaria en la Radio Luminous Materials Corporation en 1917. La empresa explotaba la demanda de relojes de pulsera cuyas manecillas se pudieran ver de noche en las trincheras. A diferencia de los operarios varones que usaban delantales de plomo y protocolos de higiene a las operarias no se les informó en abdoluto de los riesgos. Cuando ya entrada la década de los años 20 empezaron a quejarse de eccemas en la piel y dolor de mandíbulas se les dijo que el radio era inofensivo y que estaban exagerando para conseguir unos días libres. Pronto empezaron las bajas de obreras que ya no estaban en condiciones de trabajar.

En descargo de la empresa se puede decir que loas operarias que pintaban los reloges eran muchachas jóvenes, estimuladas por los altos sueldos, superiores a los de obreros especializados de la edad de sus padres. Las chicas se pintaban los dientes con radio para atraer a sus novios y usaban la pintura como maquillaje.

Por desgracia para la empresa, esta les proporcionó a sus operarias un pincel fino de pelo de camello que había que chupar a cada rato para poderlo usar con precisión en las manecillas de los relojes. Algunas chicas dejaron su dirección. Algunos soldados destinados en Europa les envieron cartas. Pero este deje de frivolidad por parte de las muchachas no es excusa para la grave infracción para la seguridad en el trabajo en que incurrieron estas empresas.

En 1922 los hospitales ya estaban examinando como enfermas terminales a estas chicas. En 1923 ya se ocupaban de ellas las funerarias. Molly Maggio había fallecido en 1921. La empresa hizo un informe de su muerte con un diagnóstico de sífilis.

Ante la proliferación de muertes extrañas, la Radium Corporation contrató a Cecil Drinker, un profesor de Harvard, para hacer un informe. Drinker dijo que había detectado unos niveles alarmantes de radio en el mobiliario de trabajo, en los uniformes de las obreras e incluso en su ropa interior. La empresa cambió el informe por uno en el que Drinker decía que todo estaba dentro de la normalidad. En 1925, Alice Hamilton - colega de Drinker- descubrió el fraude y lo destapó en una revista científica.

En 1927, una operaria llamada Grace Fryer convenció a cuatro compañeras, todas despedidas cuando empezaron a enfermar, de que testificaran contra la Radium Corporation. La empresa sabiendo que las demandantes tenían los días contados jugó a dilatar el proceso. Incluso Marie Curie, la física polaca, se interesó por el caso. "Quisiera ayudar, pero el radio es peligroso incluso para mí, que trabajo con él con todas las precauciones posibles".

Grace Fryer mostró al jurado sus encías sin dientes y los asistentes al juicio pudieron ver que la chica no podía levantar la mano para jurar que diría la verdad. La prensa presionaba a la judicatura para que se llegase a una resolución rápida y favorable a las afectadas. Se llegó a un trato por la que las cinco demandantes recibirían cien mil dólares ( de la época) cada una. Las que no denunciaron o ya habían muerto no recibieron ninguna compensación económica.

El radio también mató a Marie Curie en 1934. No se sabe cuántas chicas murieron por manipularlo en condiciones peligrosas, porque la Radium Corporation, que ese periodo tenía 4000 trabajadoras no era la única que trabajaba con la peligrosa sustancia.

La consecuencia positiva de todo el asunto es que en 1949 aprobó compensaciones para las enfermedades laborales y mejoraron las medidas de seguridad.

PARA LEER:

LAS CHICAS DEL RADIO, de Kate Moore.
Editorial Capitán Swing.


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