Con la ficha de esta película terminamos con el cine de Luís García Berlanga. Esta me recuerda mucho a la cinta VISIONARIOS, de medio siglo más tarde, donde también se utiliza el fervor de la gente para propósitos egoístas, aunque esta vez se trate de algo tan poco siniestro como el lucro personal.
Mediados de la década de 1950. Fontecilla es un pueblo olvidado por las autoridades al que el desarrollo no ha llegado ni se le espera. El tren de cercanías no para en su apeadero y los lugareños viven de la agricultura.
Las fuerzas vivas del pueblo (el dueño de un balneario termal venido a menos, el maestro, el médico, el rico del pueblo, el alcalde y otro más) deciden fingir una serie de apariciones del santo local, San Dimas, el Buen Ladrón, aprovachando que uno de ellos se aparece a la talla policromada que tienen en la Iglesia.
Engañan con un espectáculo de luces a Mauro, el tonto del pueblo y a una beata, pero cuando intentan hacer su espectáculo delante del público y de un escéptico sacerdote las luces fallan, don Evaristo dice que no se viste más de santo y la música tampoco funciona.
Al poco aparece un misteriosos forastero con capacidad para la magia de salón que toma el control del engaño y los trucajes. Sabiendo que en el apeadero solo bajan escoltados por la Guardia Civil los presidiarios de los transportes de la cárcel cercana, los amigos desconfían. Pero al poco los milagros empiezan a acontecer. Los amigos empiezan a arrepentirse de sus trucajes y confiesan todo lo sucedido ante un cura de la localidad que ya se barruntaba algo.
Pero el mago misterioso ha desaparecido y en su lugar hay una carta de San Dimas diciendo que los tejemanejes de las fuerzas vivas del pueblo han despertado el fervor de la gente y como divinidad ha tenido que hacerse cargo del asunto y que la talla no se parece al San Dimas real, sino que adjunta una foto suya.
La película muestra el uso de una fe rebañiega basada en el costumbrismo y la gloria del pasado, una educación de pobre contenido intelectual cuyo mayor incentivo es evitar los castigos y una fuerzas vivas rurales más dadas a la rapiña de sus convecinos que a atender con un mínimo de franqueza y realismo los problemas de la gente. Como si necesitaran un San Dimas real para salir ellos de una mugre de la que no podrían emerger por sus propios medios.
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