En el comienzo de los tiempos, hombres y mujeres eran iguales. Fueron el sedentarismo y la propiedad privada los que acabaron cambiando la situación. El antropólogo Carel Van Schaik recisa los mitos con sorprendentes conclusiones.
Lo que más le fascina a este antropólogo es cómo la herencia prímate aún sigue marcando el comportamiento del Homo Sapiens. Schaik, de 67 años y origen holandés, dirige el Museo de Antropología de la Universidad de Zurich. Le interesa comprender cómo influye la cultura en el comportamiento social y los orígenes del patriarcado.
¿Alguien ha visto una de esas viñetas de comic en las que un cavernícola varón arrastra de los pelos a una mujer hasta la cueva? Estas imágenes se han transmitido a través de libros de Historia escritos por hombres. Pero la época en que las mujeres han estados supeditadas al hombre, según Von Schaik solo representan el 1 por ciento de la evolución humana. El patriarcado ha sido la excepción casi siempre, no la norma.
Hace 10.000 años se empezó a practicar la agricultura. Las mujeres trabajaban la tierra en un régimes de propiedad comunal y tenían una gran influencia social, mientras que los hombres seguían cazando unas presa cada vez más escasas y esquivas, por lo que lo más probable es que los hombres estuvieran en medio de una forzada ociosidad la mayor parte del tiempo.
Pero vayamos un poco más atrás. La idea de unas mujeres cuidando de los niños y curtiendo las pieles mientras los hombres estaban cazando fuera es una caricatura. Los hombres cazarían resas grandes como los mamuts, que requerían táctica y fortaleza física, pero las mujeres aportaban tubérculos, fruta y caza menor, como las liebres o las aves.
En cuanto al recurso de la fuerza física para imponerse a las hembras, tampoco es cierto en el caso de nuestros parientes primates actuales. Los bonobos, por ejemplo, son más grandes que las hembras pero si un macho intenta imponerse a su criterio por la fuerza las hembras pueden formar una breve coalición con el objetivo de apalear al infractor.
Los primates no saben cuándo una hembra está ovulando y es fértil, por lo que tienen que ganársela con pequeños detalles si no quieren perderse la lotería de la fecundación.
Incluso en las tribus de cazadores recolestores actuales, como los hadza y los inuits, se castiga al infractor que golpea a una mujer.
En las tribus de cazadores recolectores se da el fenómeno de la crianza colectiva,por la cual siempre hay un miembro de la tribu, especialmente las abuelas o las mujeres de cuerta edad para hacerse cargo de los pequeños. Todos los miembros de la tribu aportan algo a su educación. La mujer se puede pasar con el bebé la mitad de su tiempo durante la lactancia pero una vez que el niño tiene una cierta autonomía es educado en sus roles tradicionales por toda la tribu.
Cuando apareció la agricultura se produjeron excedentes de comida que se podían acumular y se debían proteger de los guerreros de otros grupos que los codiciaban. Aparece la figura del guerrero. También aparece la propiedad privada porque los excedentes acumulados se pueden dejar a los guerreros más cercanos del clan neolítico.
Si antes los cazadores jóvenes eran intercambiados o se iban de la tribu para evitar la consanguinedad, ahora son las chicas fértiles las que son intercambiadas para criar los hijos de otros guerreros aliados. Músculos fuertes para proteger los excedentes de comida y los bienes valiosos. Máquinas de parir y cuidar bebés.
Claro que esto no pasó de un día para otro. La estratificación de la sociedad en clases sociales por su poder adquisitivo y el relegamiento de la mujer no sucedió de un día para otro. En Catalhúyuk, un sitio del Neolítico en Turquía, vemos que todas las casas tienen almacenes subteráneos para el grano. Son todos del mismo tamaño y están igualitariamente surtidos. La idea de la propiedad privada del grano y del ganado no había llegado todavía.
Los hombres con cierto rango tardaron en darse cuenta de que ahora podían comportarse como pachás en lugar de hacer lo tradicional: ganar prestigio compartiendo la caza. Si un cazador del Paleolítico hubiese dicho delante de los otros hombres de su clan que ahora él era el jefe, y que debían someterse o hacer cargo de las consecuencias, se habrían reído de él. Hicieron falta miles de años para que el ganado, las armas, el trigo y las mujeres se convirtiesen en emblemas de prestigio que se podían acumular, entregar en prenda política o robar.
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