Si hay algo que me revienta de la televisión es que te alarman con mil historias truculentas pero nunca te explican cómo se resuelven. Y si es una alarma falsa tampoco te lo comunican. Y algunos presuntos "culpables" tienen que hacer frente a las consecuencias de que unos periodistas hayan querido agitar las aguas contra ellos para vender más periódicos.
La forense ha declarado que la cantidad de veneno tóxico que inhaló el periodista José Luís Abad era insuficiente para poner fin a su vida por sí solo. Que su hipertensión y haber consumido cocaína horas antes fueron lo que lo mataron.
Nacho Vidal dice que a él nadie le pregunta cómo se siente por haber visto morir a alguien en el jardín de su casa de Enguera en un ritual que ofició de mala gana.
Vidal - o García Jordá, que es cómo se apellida realmente- ha estado ingresado en un psiquiátrico con depresión. Ha estado expuesto demasiado tiempo y le hemos presionado de todas las formas imaginables, desde los tipos que hemos querido ver en él un antídoto contra nuestras frustraciones, porque nuestra relación con las mujeres es la que es, no el circo de tres pistas que queremos que sea. O como un tipo que disfruta de demasiado éxito y libertad "inmerecidas" solamente por tener un trozo de carne más grande que el de los otros hombres, y que por lo tanto tenía "todo el derecho del mundo" a pisar una cáscara de plátano y pegarse la gran costalada.
Hemos proyectado nuestras aspiraciones y frustraciones en él. No le hemos dejado ser un ser humano. Que ha gestionado mal el riesgo es cierto. Que ha buscado una nueva sensación tras otra en su vida, también. Es culpable de todo eso. Lo que no le hemos explicado es que la fortuna y la fama se acabarían algún día.
Es lo que hacemos con todos los famosos, desde Maradona hasta Edith Piaf. Los modelamos a nuestro antojo y no le dejamos espacio para ser ellos. Poco menos les pedimos que nos resuelvan la vida, que salven el mundo cada viernes. Y ellos solo saben jugar al fútbol, cantar, interpretar o practicar sexo delante de una cámara. Nuestra dependencia emocional hacia ellos les deja desprotegidos, y no llegan el momento en que ellos puedan decir "hasta aquí llegas tú y aquí empieza lo que quiero para mí".
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