Si a un alumno de Secundaria británico le preguntase dónde empezó todo para Gran Bretaña como país te hallaría de la batalla de Hastings que supuso el inicio de la Inglaterra normanda y de su apertura alas corrientes culturales europeas así como terminó con la época de las incursiones vikingas. Era 1066.
Para nada habría escuchado hablar de la batalla de Brunanburg (937). Esta contienda olvidada fue pasada de largo por los historiadores y numerosos cronistas medievales tantas veces que actualmente los arqueólogos y los especialistas en Historia Militar dudan del lugar dónde tuvo lugar.
En 937 Gran Bretaña estaba ocupada por tres grupos que luchaban por la hegemonía. Los celtas ocupaban lo que actualmente es Ecocia y Gales; los vikingos habían ocupado lo que hoy es el norte de Inglaterra. El resto de la isla estaba ocupados por grupos anglosajones, una etnia que provenía del mestizaje entre los invasores sajones, y los britanos de raíces romanas.
En 927 el rey Athelstan de Wessex había conquistado a espada desnuda la mayor parte de la isla y hacía incursiones anuales en territorio de Escocia y Gales.En 228 Athelstan y sus aliados formaron una coalición para arrancar de manos vikingas la ciudad de York. Los celtas empezaron a preocuparse por si intentaba derrocar a sus reyes de sus tronos en Escocia y Gales.
Ya había precedentes. En 934, los sajones habían invadido una porción del reino de Alba, en Escocia. Constantine, el rey perjudicado, perdió algunos territorios que pasaron a manos sajonas. En secreto empezó a pactar con otros caudillos célticos y vikingos para reunir y ejército y derrotar a Athelstan en el sur del país. Respondieron Olaf Gutherington, rey vikingo de Dublín, y Owen, rey Strathclyde. Estos reyes habían guerreado entre ellos con anterioridad pero unieron sus fuerzos a las de Constantine para dar un escarmiento a Athelstan en el sur.
La batalla de Brunanburgh fue descrita por los cronistas medievales, pero la mayoría de la escasa información que hay procede de los monjes sajones, que describen cargas de caballería sucesivas, oriflamas con el dragón rojo sajón ondeando al viento, y el campo sembrado de cadáveres.
Cuando la batalla terminó, según los cronistas, cinco reyes, siete earls y un incontable ejército había muerto. Athelstan fue el gran vencedor y los caudillos supervivientes huyeron a Irlanda junto a sus hombres.
Athelstan dedicó los escados años hasta su fallecimiento en 939 a consolidar su victoria y a unificar Inglaterra.

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