lunes, 15 de abril de 2024

Cómo era la vida de un marino de la Armada Real española en el siglo XVIII.

 Durante el siglo XVIII el poderío español en Europa estaba en la capacidad de transportar los recursos del Nuevo Mundo a Europa a través de una poderosa flota mercante escoltada por  buques de guerra. Si durante la época de los Austrias se habían adaptado buques de carga de gran calado pero muy lentos para llevar el oro y la plata a Europa el siglo XVIII es el siglo de dos embarcaciones que llevarán la guerra naval a un nuevo escenario: la fragata y el buque de línea que portan más o menos cañones, que tiene un solo entrepuente o tres.

Hasta 991 embarcaciones se incorporaron a la Armada desde astilleros militares durante el siglo XVIII entre corbetas, fragatas o buques de línea. También es la época de las lanchas cañoneras ligeras diseñadas por el mallorquín Antonio Barceló que tanto dañó hicieron a las naces inglesas cuando bombardearon Cádiz en 1797.

El marinero del siglo XVIII es el primero que ve a sus oficiales usar uniformes, desde los guardamarinas hasta los almirantes, sin olvidarnos de los administrativos de tierra y los protos de las Academias Navales.

Encombate se debían acercar las naves de costado unos 400 metros. Los artilleros se quitaban la camisa para evitar que la tela es estas infectase las heridas de la metralla de balas de cañón y carronadas - balas especiales para destrozar mástiles y velas-. El maestre artillero daba las instrucciones a los artilleros para posicionar los cañones en las portas, moverlos con cuñas y espeques (palos) para apuntar, limpiar los restos de pólvora de las animas del cañón, y después volver a empezar tan rápido como se pudiera. La frecuencia de tiro de un buque de línea español en 1800 era de dos andanadas por minuto frente a la frecuencia de tres de los artilleros británicos en el mismo tiempo.

El cirujano de a bordo trabajaba sobre una puerta desencajada como mesa de operaciones bajo la línea de flotación, pero en combate las operaciones y amputaciones tenían lugar en la cubierta de combés para tener más luz. El instrumental: sierra de arco, cuchillo curvo e hierros candentes. La anestesia: dos hombres fuertes para sujetar al paciente, un poco de lícor para infundirse valor mas que para anestesiar el dolor u una tira de cuero para morder.


Los marineros hacían una sola comida diaria. El menú consistía en pan, leguminosas, vino y agua. Comían carne cuatro veces a la semana y pescado durante dos. El pan- una torta dura- se comía desmigado en una especie de gazpacho.

El castillo de proa era el despacho del oficial comandante y la única estancia amueblado de todo el barco. El capitán u otro oficial comandante tenía acceso a viandas especiales para él y los acompañantes que invitase a su cámara si no deseaba comer solo. Ningún marinero estaba autorizado a servirle por lo que solía incorporar a la tripulación un criado personal o un ayuda de cámara.

En el despacho del oficial comandante se guardaban los mosquetes y las pistolas de chispa para disuadir de motines, el dinero de los salarios y las cartas de navegación. Allí también se abrían los sobres con las instrucciones del Almirantazgo de Cádiz.

Antes del combaten se bajaban al agua las lanchas y los chinchorros. Estas embarcaciones ligeras y los trozos de mástil o de cubiertas que caían al agua y eran lo suficientemente grandes para flotar eran la tabla de salvación para una marinería que no sabía nadar y temía la hipotermia.

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